Tal vez en algún momento de mayor reflexión nos hemos preguntado qué será lo que Dios nos está diciendo a través de estos acontecimientos que ya nos parecen tan prolongados.También sin duda alguna vez en el silencio de nuestro corazón habremos reconocido las lecciones que estos tiempos tan difíciles nos han querido enseñar.Pero sin duda en numerosas ocasiones hemos acudido a Dios para decirle con todo el corazón que nos muestre su gran misericordia, que se compadezca de tanto sufrimiento y que alivie tanto dolor poniendo fin a esta racha de males que nos agobia.Pero como suele decirse popularmente: que “a cada santito le llega su fiestecita”, bien podemos afirmar que a cada uno de nosotros nos toca nuestro momento de dolor, momento en el cual no nos queda otra posibilidad que mirar al cielo e implorar la ayuda divina.¡Cuántas veces hemos elevado al cielo nuestra voz suplicante preguntando: ¿hasta cuándo, Dios mío durará esto? ¿Cuándo terminará este sufrimiento colectivo que a todos nos agobia?!¿Y qué voy a decirte?Yo que cada día invocaba al Dios misericordioso para que en alguna forma enviara consuelo y alivio a las personas que sufren, a sea por enfermedad, ya por ver a sus familiares sufrir o partir definitivamente, hoy me ha tocado también estar al otro lado de la mampara y de forma intempestiva, sin previo aviso, tuve que afrontar la muerte de un hermano; y no precisamente por causa del Covid, sino por un infarto.Es un hecho que se le da más publicidad a la Pandemia, pero hay muchas otros males que también nos golpean, ya personalmente o en la persona de nuestros seres queridos… y no vamos a decir que esto no duela, porque en cada muerte, que presenciamos y sobre todo de los más cercanos, morimos también un poco cada uno.Y luego, si a esto añadimos el hecho de que tenemos que hacer frente a procesos adjuntos a la despedida y al sepelio: trámites casi interminables, mucho más onerosos que el mismo hecho que afrontamos, con una infinidad de vueltas y actividades que no nos dejan tiempo ni siquiera para llorar.Pero la vida sigue, y el girar del tiempo no se detiene, y los que aún estamos en este mundo, tenemos que seguir viviendo con fe y con amor, dando a quienes nos rodean, un poco de consuelo, de ayuda y apoyo en sus momentos difíciles.Recordemos que el mismo Jesús que es todo amor y misericordia nos dice: que la medida de nuestro corazón es en proporción al amor que manifestamos y demostramos a quienes caminan cerca o al lado de nosotros.Y mientras tanto, también a cada uno nos toca la ardua tarea de tener y dar ánimo, porque todos, en una forma o en otra lo necesitamos y solamente el corazón sabe de estas cosas.Por lo tanto hoy que reflexionamos estas cosas, pedimos a Dios que llegue a nuestro corazón y encienda en él la chispa de su amor.