Jueves, 21 de Noviembre 2024

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“Cosas de viejos papeles”

Por: Carlos Enrigue

“Cosas de viejos papeles”

“Cosas de viejos papeles”

Titulo esta aportación en homenaje de su servidor a don Leopoldo Orendain, quien así titulaba algunas de sus colaboraciones para El Informador y que muchas veces fueron publicadas por bancos, que en aquel tiempo solían aportar a la cultura de nuestra ciudad y que, yo creo, en el caso de don Leopoldo lo hacían por conocer la calidad de la melcocha al narrar hermosuras de la perla tapatía, sobre las que él era experto, y en ocasiones tuvo sus principios sobre el tema en la famosa Bandera de Provincias, en donde muchos hacían sus primeras armas, tales como Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Agustín Yáñez, que, entre otros, culturizaron traducciones de sus contemporáneos franceses; otro que en aquella época tradujo a Valéry al castellano fue don Efraín González Luna que, por cierto y por ciego, tardé mucho tiempo en leer.

Otro grupo interesante en la descripción tapatía fue el de Font, cuya librería fue una necesidad en nuestra ciudad y reunía, entre otros, al profesor Toscano, el canónigo Ruiz Medrano, los Díaz de León, Arreola, Rulfo, Carballo, Hidalgo y otros, uno de cuyos valores fundamentales fue el resistir el atractivo de la capital o que cuando menos lo intentaron.

Más novedoso fue el taller de Nandino, que en principio Juan Francisco pensaba fuera dirigido por Juan Rulfo, quien a final de cuentas se negó a hacerlo; alguna vez, por esa época, lo llevé a una casa por el rumbo del Club Atlas. Luego contrataron a Nandino y participamos en su taller Jorge Jiménez, Carlos Próspero, Ricardo Yáñez, quien publicó un libro en cuya cuarta de forros se anunciaba un libro de cuentos mío que nunca vio la luz; también asistía Jorge Souza y muchos que ya no recuerdo y que culparemos al alemán.

Juan Francisco fue un gran promotor al que tengo y tenemos mucho que agradecer, porque dentro de ese apoyo había un gran grupo de pintores y artistas que para contar de esto tendré que lanzar a mi dilecto amigo Enrique Lázaro, quien recordará mejor que yo a esos peregrinos.

Pero todo esto me vino a la cabeza por leer a Paléfato, que afirmaba respecto de los centauros “que eran animales que tenían aspecto completo de caballo hasta por la cabeza, que la tenían de varón”, lo que evidentemente no puede ser cierto; aunque es una hermosa falsedad. Hace tiempo una de mis nietas recordó que en su pequeña infancia estaba muy triste porque alguien, que no se acordaba quién era, le contó que los unicornios no existían y eso la entristeció mucho.

Yo lo sigo recordando y me gusta la descripción de unicornio y su tristeza por la ausencia de estos seres o cuando menos la indispensable necesidad de su existencia. Y ahora en la vejez me hacen falta esas figuras tan imprescindibles para una armónica relación con el universo.

@enrigue_zuloaga

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