Nunca dejará de sorprendernos el gobierno de López Obrador, que es cualquier cosa menos previsible. La cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en Texcoco ha sido sin duda la decisión más controvertida de este gobierno. No solo por la forma, una consulta amañada y manipulada, sino por el fondo: cortar de tajo una inversión enorme, dejando tirado un aeropuerto en el que el país había invertido miles de millones de pesos, no para tener uno mejor, sino simple y llanamente para enterrar uno de los símbolos de la corrupción de los gobiernos pasados. Pero como suele suceder en este gobierno, la corrupción se presentó como etérea, generalizada, producto del sistema neoliberal pero nunca tuvo nombres ni apellidos. Ahora aparecen los primeros y son los menos esperados.Quince meses después de la cancelación del NAIM sale a flote el primer nombre del esquema de corrupción y es nada menos que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), esos mismos a quienes el presidente encargó la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles de Santa Lucía. De acuerdo con una investigación de El Universal, la Sedena recurrió, como fue el patrón durante el sexenio de Peña Nieto, a empresas fantasma para desviar los recursos asignados de manera directa y sin licitar, pues se trataba de contratos entre dependencias del mismo gobierno, generando un daño al erario que se calcula en poco más de mil 700 millones de pesos.El difícil pensar que el presidente no supiera esto antes de asignar al Ejército la construcción del nuevo aeropuerto y una serie más de obras y compras (entre ellas las famosas pipas para transporte de combustible) pero en cualquiera de la dos hipótesis, que estuviera o no enterado de la corrupción en la Secretaría de la Defensa, resulta igualmente grave.Vamos a suponer que efectivamente no estaba enterado de este desvío de recursos en el que muy probablemente están involucrados o al menos enterados algunos de los altos mandos del sexenio anterior. Estaríamos ante un caso en el que, al darle tanta obra y juego al Ejército, el presidente literalmente puso a la iglesia en manos de Lutero. Con todo respeto, poco creíble viniendo de un político como López Obrador.Si, como es de suponer, el presidente sabía lo que estaba sucediendo, eso explicaría por qué escogió como secretario a uno de los mandos de más abajo en la lista de prelación, al General Luis Sandoval, y descartó a los de arriba, quienes por cierto no ocultaron su molestia. Lo perverso estriba en que en lugar de perseguir esos delitos y a esos corruptos, el presidente le dio al Ejército más negocios. ¿Para qué? Quizá simplemente para terminar de evidenciar la corrupción de la cúpula militar y avanzar con mayor facilidad en su proyecto de tener una Guardia Nacional grande y un Ejército más pequeño, como ha expresado que es su deseo.En cualquiera de las dos hipótesis no es una buena noticia que los escándalos de corrupción se tiñan de verde olivo.(diego.petersen@informador.com.mx)