El Presidente funciona como esos libros de autoayuda que le dicen al lector: decrétalo y será realidad. No sé si muy dentro de él, sepa que sus frases son mentira o, peor, él ya se convenció que México es un país distinto con su sola presencia. Sin embargo, el hecho es que repite frases como mantras: “se acabó la impunidad”; “ya no vivimos en la época neoliberal”; “los corruptos ya se fueron”. Y agregó una más, en estas semanas de crisis económica por la pandemia del coronavirus: en México no se va a rescatar a las grandes fortunas, sino a los más afectados (a los pobres). Y sigue el presidente en su soliloquio: no será como en el pasado, no habrá rescates al estilo del Fobaproa (…) no será como antes, que el Fondo Monetario Internacional nos decía qué hacer. Se privatizaban las ganancias y se socializaban las pérdidas. Nosotros somos un Gobierno del pueblo y para el pueblo. Son el rosario de frases, una tras de otra, con las cuales el Presidente construye su discurso en las mañaneras. Sin embargo, la pregunta es: ¿realmente se está rescatando a los más pobres? Realmente López Obrador, su Gobierno, ¿están viendo por los que más sufren con la crisis económica derivada del COVID19? Nada más lejano de la realidad. Pongo cuatro argumentos sobre la mesa. El primero, el Gobierno de López Obrador ha optado por la ortodoxia fiscal para enfrentar la crisis. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, como Chile o Colombia (ya ni hablemos de los países europeos o Estados Unidos), México sólo ha destinado el 1.4% del Producto Interno Bruto (PIB) a gasto específico para aliviar el impacto económico del coronavirus. No sólo es el país que menos ha gastado de la OCDE, sino también de las economías grandes de América Latina. Esta obstinación con la austeridad en tiempos de crisis no beneficia a los de abajo, a los más vulnerables, a los pobres. Por el contrario, es una decisión para contentar a los mercados, a los inversionistas y a las calificadoras. El Presidente que se asume “posneoliberal” adoptando una de las máximas más sagradas del Consenso de Washington: la ortodoxia fiscal. Entiendo las limitaciones que tiene el Gobierno para endeudarse. Sé que México se endeuda a una tasa mucho más alta que las naciones desarrolladas, sin embargo, existe margen de endeudamiento si el Presidente abandona sus fetiches: Pemex, Dos Bocas o el Tren Maya. Más de una vez, López Obrador ha citado al economista John Maynard Keynes. Pues, la forma en que el Gobierno Federal está enfrentando la pandemia contradice las tesis de Keynes. Es, básicamente, un sálvese quien pueda. Sálvese quien tenga dinero para confinarse y salir adelante cuando concluyamos los momentos críticos de la pandemia. Así, la austeridad en el gasto beneficia a los más favorecidos, a los privilegiados. A aquellos que pueden pagar guarderías privadas para sus hijos, que pueden reactivar sus negocios después de la pandemia, que tienen ahorros. La austeridad es una traición a los que menos tienen. Una traición a aquellos que sólo tienen al Gobierno. Y, segundo, López Obrador decide que no quiere deuda, que ésa era la fórmula neoliberal. Sin embargo, le traslada esa deuda a las empresas y a las familias. ¿Cuál es la medida estrella de rescate de la economía familiar y de las PYMES del Gobierno Federal? Dos millones de créditos a la palabra por un valor de 25 mil pesos. Es decir, como no queremos déficit público, porque no vaya a ser que en un futuro no haya dinero para los proyectos que ha definido este Gobierno como prioritarios, entonces se le pide a las empresas y familias que se endeuden para seguir adelante. Sin andar con rodeos: saldremos de la pandemia con familias endeudadas y Gobierno sin déficit. Pero el discurso del Gobierno es “no pensamos endeudar a México” (por cierto, la depreciación del peso ya supuso que la deuda como % del PIB se elevara en tres puntos). Una tercera razón, acompañada de un dato demoledor, la falta de valentía del Gobierno para rescatar la economía popular está condenando a la vulnerabilidad económica a 10 millones de nuevos pobres. Es decir, 10 millones de personas que no eran pobres en febrero y que sí lo serán en julio.Escalofriante. De acuerdo con las cifras y el análisis que publicó hace unos días el CONEVAL, México superaría la barrera de los 60 millones de pobres en 2020. ¿Quiénes son? Los de siempre: trabajadores informales o formales con sueldos precarios; mexicanos que viven al día; trabajadoras domésticas que se quedaron sin empleo por un tiempo; trabajadores de la construcción (el rubro más golpeado). Esos mismos que vieron su empleo desaparecer en la Gran Recesión de 2008-2009, esos mismos que quedaron en la calle tras el “error” de diciembre del 94. López Obrador insiste que ya no es un México que salve a los de arriba para desproteger a los de abajo, pero la terca realidad de las cifras marca justamente lo contrario. El conservadurismo fiscal de la Presidencia está beneficiando a los más poderosos y condenando a millones a caer en pobreza. Cuarto, un Gobierno de izquierda, que se asume como progresista, protege sobre todo el empleo.Ésa es la máxima keynesiana. Ésa es la regla sagrada de la socialdemocracia: en momentos críticos, el Gobierno debe hacer todo para proteger los empleos. ¿Y qué vemos en México? Más de 600 mil empleos destruidos en marzo y abril. No dudo que mayo nos lleve al millón de empleos perdidos. Y estamos hablando solo de los empleos formales, ahora hay que agregarle la economía informal en donde muchos de los empleos se sustentan en la palabra y la necesidad. No será extraño que la pandemia se llevara entre patas a más de 2.5 millones de empleos. Una tragedia para millones de familias. Y no hablemos de las masivas reducciones de sueldos por la insolvencia de miles de empresas. ¿Qué pasa cuando se destruye tanto empleo de forma tan acelerada? Se cae el consumo, la venta, la producción. Y, a pesar de esta realidad, el Gobierno Federal ha sido incapaz siquiera de hacer un guiño a una renta básica o ingreso vital; un seguro de desempleo o un salario solidario, como lo proponían algunos empresarios; tampoco a transferencias directas a las familias. Lo peor es que quedará tan débil la demanda, tan endeudadas las familias y tan golpeadas las empresas, que el retorno a la normalidad no necesariamente supondrá una salida acelerada de la crisis. El peor escenario es que una caída de siete u ocho puntos del PIB en 2020 no traiga aparejado un crecimiento en 2021 de similares dimensiones. La crisis no la provocó López Obrador. Como dicen, es la primera crisis autoinfligida: al cerrar la economía para evitar los contagios, los países optaron por salvar vidas a pesar del costo. Sin embargo, eso no quita que la crisis económica golpeará a todos, pero especialmente está impactando a quien menos tiene. El presidente puede repetir mil y una vez que en su Gobierno: primero son los pobres. Incluso, puede llegar a creer su propio discurso. Sin embargo, los datos no mienten. Los pobres no han sido, durante la crisis económica, la prioridad de López Obrador.