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Chapala y el tiempo recobrado

Por: Martín Casillas de Alba

Chapala y el tiempo recobrado

Chapala y el tiempo recobrado

Acabo de estar en Chapala con Cristina Kahlo, quien tomó las fotografías que se van a publicar en La Estación de Chapala con unos textos que van desde el origen del lago en la prehistoria, pasando por la Isla de Mezcala durante la guerra de la Independencia (1820), para irnos a finales del XIX y principios del XX, cuando don Porfirio pasaba sus vacaciones de Semana Santa (1904-1910) en Chapala, cuando el pueblo de pescadores se convirtió en una villa, para luego recordar la inauguración de la Estación del Ferrocarril (1920), la obra más importante del abuelo Guillermo de Alba, así como la estancia de D.H. Lawrence en Chapala, donde escribió de un jalón el primer borrador de La serpiente emplumada (1923), para concluir con la crónica de la boda de mis padres (1933), tal como la contaba Mina de Alba, mi madre. 

Vamos a intercalar las fotografías a color de Cristina como las que tomó en la Estación (1920), en Mi Pullman (1907) la casa que habitaron mis abuelos y que Rosalind Chenery la restauró para habitarla y tenerla impecable, así como la de Patricia Urzúa, Villa Niza (1905) y la fachada del Hotel Nido, cuatro obras del abuelo. 

El libro se publica gracias a Guillermo Aceves Casillas, promotor entusiasta que hizo posible este reencuentro en el tiempo, con los textos editados, corregidos y aumentados que se publicaron en La Villa de Chapala que Eduardo Carrillo patrocinó en 1994, así como del libro de bolsillo ¡Salvemos a Chapala! (Diana, 2004), con el aroma de la biografía-ficción de mi abuela, Maclovia Cañedo, publicada como Confesiones de Maclovia (El Equilibrista, 1995).

En este viaje sucedió algo parecido a lo que escribió Proust en El tiempo recobrado (1927), su séptimo y último volumen, una vez que había regresado a París después de una larga ausencia, para darse cuenta que todo había cambiado y por eso, confundió el pasado con el presente, pues no sabía en cuál de los dos se encontraba hasta que se puso a escribir, para “recobrar los días antiguos, el tiempo perdido, ante lo cual los esfuerzos de mi memoria y de mi inteligencia fracasaban siempre”.

Chapala es una villa que tiene un significado especial para la familia: mis abuelos, Guillermo de Alba y Maclovia Cañedo, se conocieron en Chapala y se casaron en 1900, para construir allí varias obras importantes; su hija, es decir mi madre, Mina de Alba, creció y se casó allí en 1933. Yo pasé varias temporadas en mi adolescencia, enamorado del amor y de la vida, así como Mina mi hermana pasó las suyas con sus hijos, Pedro, Verónica y Guillermo Aceves, el entusiasta promotor de este libro, que recuperó la casa de su madre para disfrutarla con Cristi, su esposa y sus hijas, Camila, Renata y Libertad en cuanto pueden. Cinco generaciones enamoradas de Chapala.

En este viaje, estando en la torre oriente de la Estación vimos el cielo como extensión del lago, entonces sentí esa felicidad o ese “perfecto contento interior” sabiendo que “lo que pudo haber sido y lo que ha sido, tienden a un solo fin, presente siempre”, como decía T.S. Eliot. 

El azar se encarga de traer recuerdos. En ese atardecer, imaginé a mi abuela Maclovia en la banca del muelle de Chapala, donde iba todos los días a ver la puesta de sol, platicando sus ocurrencias. 

Qué gusto poder ver las obras del abuelo construidas hace poco más de un siglo que están como nuevas, como vimos la Estación, ahora en manos de Gabriela Serrano, su directora y promotora de cultura como pocas personas que conozco. 

Decía Proust que era con las obras de arte que podemos recobrar el tiempo perdido, como intentamos que suceda con este libro en donde recordamos la vida y los amores pasados, augurios de los amores de las nuevas generaciones, de tal manera que cada lector se pueda identificar con este o aquel personaje o con algún momento en su vida, según el cristal con el que lo lea.

malba99@yahoo.com

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