Domingo, 30 de Junio 2024

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Caí

Por: Jonathan Lomelí

Caí

Caí

No iba a escribir esta historia. La mantuve en secreto porque sólo me generó impotencia, vergüenza y pasmo. Pero la comparto porque, estoy seguro, miles la viven a diario.

Hace dos semanas viajé en mi auto a la CDMX para asistir a un curso de periodismo. Justo en Toreo Parque Central, al bajar del segundo piso para tomar Río San Joaquín, una oficial de tránsito me detuvo. Respiré hondo.

(Recordé escenas infantiles de los viajes familiares en auto a la CDMX con placas de otro estado. Las cacerías de tránsito eran implacables. Mi padre sólo bufaba de rabia tras “arreglarse” con el agente y luego reinaba el silencio el resto del viaje).

Lo que ocurrió después podría ser como una tragedia sofocliana en donde el protagonista, su servidor, acaba en el proscenio hincado y arrepentido hasta las lágrimas mientras se inculpa y recrimina la ojetes de los hados.

La oficial me pidió el pase turístico que me exentaba del Hoy no Circula. Desde luego no lo había sacado. Entonces solicitó mi licencia de conducir. Me quedé helado.

Días antes dejé la licencia como identificación para ingresar a Canal 44. Al recogerla, la guardé en el saco y jamás la repuse en la cartera. En ese punto ya sólo faltó que tuviera una orden de aprehensión vigente. La oficial me tenía en sus manos.

La agente advirtió que iría al corralón y tardaría 24 horas en sacar el auto. Yo apenas respiraba. Fue como si le bajaran el switch a mi capacidad de actuar.

Me explicó que mi única opción era pagar la multa de seis mil 800 pesos allí mismo. Justo lo que llevaba para gastar esos días. Saqué los billetes de un libro de Ray Bradbury y le entregué el dinero.

Me persigue esa imagen. El momento en que abrió su cangurera y hundió el dinero a prisa. Ni lo contó. Yo esperaba ver su foldera electrónica y recibir mi ticket. Allí supe que era una estafa. Caí. Brutalmente caí.

En cambio me dio una tarjeta con el logo del “Gobierno del Estado de México ¡El poder de servir!” y un folio escrito a mano, mi “salvaguarda” para continuar. Estaba a 10 minutos de mi destino. Fue el trayecto más largo de las siete horas de camino.

¿Debí pelear? ¿Con todo en mi contra?

¿Qué lección puede ofrecer un asalto? Porque eso fue. Fui irresponsable, sí, pero pudieron usar otra argucia para cazarme. Un asalto es un evento inevitable. Puedes tomar todas las precauciones, pero jamás será evitable. Que el robo lo cometa una autoridad lo hace más frustrante. ¿Cuál es la lección?

Primero sentí culpa, ¿pero la culpa no es un sentimiento inmerecido para la víctima de un delito? Luego me centré en la pérdida: ese dinero pudo ser el viaje a la playa que siempre postergo, la renta del mes, diez noches en mi restaurante favorito, el viaje para visitar a mi madre que cumplirá 63.

Sé que nada de eso está perdido. No me quedé en bancarrota. ¿Por qué afligirse? ¿Entonces cuál es la verdadera lección?

Mientras tengamos la fortuna de elegir, nada se ha perdido. La libertad de elegir todo lo anterior, un viaje, una cena, una visita a tu madre, implica dinero y voluntad, pero no se ha perdido. Hay algo esencial que ninguna extorsión miserable me arrebató. Esa es mi verdadera lección y mi verdadera fortuna (además de sacar el permiso de circulación y cargar con la licencia, claro).

jonathan.lomeli@informador.com.mx

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