Los millennials, hoy tan centrales de nuestra cultura popular, comenzaban a nacer cuando Carlos Romero Deschamps ya era el mandamás del poderoso sindicato petrolero de Pemex.Así cambiará México desde ayer. O no.El poder de un líder sindical como él trascendía al numeroso gremio que representaba. Era una de las sillas de la mesa donde el régimen tomaba las decisiones con las que garantizaba los privilegios de la élite.Constituía uno de los ejes del mecanismo que movía la maquinaria -priista, primero; panista después- que garantizaba votos en elecciones y aplanadoras en el Congreso de la Unión.Por décadas, Joaquín Hernández Galicia y su sucesor Romero Deschamps fueron lo mismo un factor de gobernabilidad (sin ocultar su contraparte de sometimiento de los trabajadores), que un lastre de productividad para Pemex.Un símbolo de prepotencia, opacidad, abusos, jactancia, despotismo y corrupción. Por décadas.Y, de repente, luego de unos cuantos días finales de acoso y derribo mediático, Carlos Romero Deschamps cayó. Buen día para México. Más noticias como esas.Sin cortapisas, hay que reconocerle al nuevo Gobierno el hecho de haber logrado que en ese sindicato enquistado vaya a recibir algo de aire; agradecerle que al menos tengamos la posibilidad de creer que algo podría cambiar cuando se va un personaje así.Claro que hay que creer sin esperar, como decían los viejos panistas. Hay que creer incluso si no tenemos seguridad alguna de que más que dejarle ir a disfrutar de sus ganancias políticas y pecuniarias, a Romero Deschamps le espere un juicio, justo, pero puntual sobre sus hechos al frente del sindicato, sobre sus complicidades con gasolineros, sobre los negocios de las pipas, sobre los dineros a las campañas, sobre el huachicol, sobre los aviones privados, sobre la vida que se dio siendo un asalariado menor, sobre los empresarios que hacen fortunas con Pemex.La caída de Romero Deschamps, cuyo reinado ha concluido este miércoles, podría confirmar el estilo del Presidente Andrés Manuel López Obrador: quienes no se subieron oportunamente a Morena, son bajados del barco del poder a punta de insinuaciones de “carpeta de investigación o carpetazo, tú eliges”.Es muy pronto para juzgar a Andrés Manuel López Obrador como Presidente. Pero ya va tomando forma un hecho: pacto de impunidad, o no, con el peñismo, en menos de un año no pocos de los operadores financieros y políticos de Enrique Peña Nieto han ido cayendo.Tenemos, eso sí, una paradoja. Si esto fuera una limpieza, los procedimientos no son muy asépticos que digamos. Las filtraciones y los periodicazos son la norma en casi la mayoría de estas defenestraciones y procesos. ¿Viejos trucos del poder pueden ayudar a construir un futuro distinto?Esa es la cuestión relevante. Si el Presidente López Obrador hace una depuración del sistema autocrático sólo para instalar uno similar, si fuerza la salida de unos solo para instalar sus propias correas de transmisión, si el cambio de régimen es sólo un: se va el que no era mío y llega el que sí es mío. Si nos quedamos en eso, las noticias de ayer son alegrías que marchitan pronto.En 1993 no existía el TLC ni el EZLN. No teníamos un celular en la mano ni podíamos votar a sabiendas de que se contarían los votos. Vivíamos las secuelas del poder emanado de quinazos y un partido hegemónico. En 1993 el sistema intentó perpetuarse un poco más al poner a Romero Deschamps en el STPRM. Les duró el gusto 26 años.Ojalá el nuevo sistema no consiga su propio Romero Deschamps. Ojalá la noticia de ayer alcance para algo más que reforzar el poder presidencial. Ojalá.