El tiempo, en época de pandemia y encierro, se pone patas arriba. Resulta dificilísimo ubicarse en ese medio líquido donde no se distinguen ni el mes, ni el día, a veces ni la hora. (Oído en alguna parte: esto es como estar en un casino de Las Vegas. Todo mundo pierde dinero. Se bebe a cualquier hora. Nadie sabe qué día es.)Algunos valientes periodistas se han puesto a escribir su diario del confinamiento, como el imprescindible Gil Gamés. Pero ese género literario, ahora de repente tan socorrido, no hace más que confirmar la misma sensación de navegar norteados a la deriva. Gil clava una hora clave en su horario descuadernado: las dos y media de la tarde, momento sagrada para un vodka doble con tres rocas. Cuando menos, un punto de referencia. Otros narran ese escurrir de los días contando actividades varias, algunas insólitas: quienes nunca se acercaron a los fogones se entretienen con osadas empresas culinarias; hay quien hace macramé, o se pone a oír cuplés; Pérez Reverte escribe que revisa y acicala su colección de armas y se entretiene con un sable napoleónico; Juan Villoro cuenta lo que le pasó un día a Chesterton en un tren donde no tenía nada que leer, ni siquiera letreros en las paredes, así que decidió esculcar el contenido de sus bolsillos y partir de ahí para hacer historias, conjeturas, recuerdos de lecturas...Parece ser que a los niños los están atiborrando vía electrónica de clases enfadosísimas; bueno, algo aprenderán en el mejor de los casos. Pero a todo mundo le vendría bien aprender algo: por ejemplo, los redactores de los periódicos podrían echar mano del polvoriento y traicionado tumbaburros, que alguno habrá por ahí, y tratar de entender cosas como la diferencia entre festinar y festejar, vergonzoso y vergonzante, desinterés y falta de interés. También averiguar cómo se conjugan adecuar y denostar, y cuándo se usa correctamente rechazar, que al parecer sirve para todo...Pero quién quita y gracias a este tiempo sin eje y sin brújula surjan nuevos expertos en filatelia, botánica, vexilología y tantos saberes recónditos. Ojalá.Todo lo anterior sólo confirma cuán norteados andamos y que, lo que hay en el fondo, es una huída de lo que realmente pasa. Porque los medios de comunicación hoy en día tan al alcance de la gente vía internet lo que hacen es saturarnos de horrores cotidianos. Claro que entrando a las páginas de los periódicos vemos la fecha oficial del día que se vive, pero todo lo que hallamos alrededor del mundo suelen ser variaciones sobre un tema único, obsesivo, pesadillesco. Fuera de eso, en México sabemos que si hay una sobrecarga de idioteces es porque es día de entre semana y, trátense de la pandemia o no, surgen del inagotable manantial de estulticia del rosario de la aurora. Aunque de repente hay regocijantes toques del México surrealista: por estos días se dio la voz de alarma porque faltaban 22 momias del acervo guanajuatense. La gente se hacía cábalas: ¿estarán en el gabinete legal y ampliado? Luego resultó que no era cierto; nimodo.El tiempo, en época de pandemia y encierro, se pone patas arriba. Resulta dificilísimo ubicarse en ese medio líquido donde no se distinguen ni el mes, ni el día, a veces ni la hora. (Oído en alguna parte: esto es como estar en un casino de Las Vegas. Todo mundo pierde dinero. Se bebe a cualquier hora. Nadie sabe qué día es.)Algunos valientes periodistas se han puesto a escribir su diario del confinamiento, como el imprescindible Gil Gamés. Pero ese género literario, ahora de repente tan socorrido, no hace más que confirmar la misma sensación de navegar norteados a la deriva. Gil clava una hora clave en su horario descuadernado: las dos y media de la tarde, momento sagrada para un vodka doble con tres rocas. Cuando menos, un punto de referencia. Otros narran ese escurrir de los días contando actividades varias, algunas insólitas: quienes nunca se acercaron a los fogones se entretienen con osadas empresas culinarias; hay quien hace macramé, o se pone a oír cuplés; Pérez Reverte escribe que revisa y acicala su colección de armas y se entretiene con un sable napoleónico; Juan Villoro cuenta lo que le pasó un día a Chesterton en un tren donde no tenía nada que leer, ni siquiera letreros en las paredes, así que decidió esculcar el contenido de sus bolsillos y partir de ahí para hacer historias, conjeturas, recuerdos de lecturas...Parece ser que a los niños los están atiborrando vía electrónica de clases enfadosísimas; bueno, algo aprenderán en el mejor de los casos. Pero a todo mundo le vendría bien aprender algo: por ejemplo, los redactores de los periódicos podrían echar mano del polvoriento y traicionado tumbaburros, que alguno habrá por ahí, y tratar de entender cosas como la diferencia entre festinar y festejar, vergonzoso y vergonzante, desinterés y falta de interés. También averiguar cómo se conjugan adecuar y denostar, y cuándo se usa correctamente rechazar, que al parecer sirve para todo...Pero quién quita y gracias a este tiempo sin eje y sin brújula surjan nuevos expertos en filatelia, botánica, vexilología y tantos saberes recónditos. Ojalá.Todo lo anterior sólo confirma cuán norteados andamos y que, lo que hay en el fondo, es una huída de lo que realmente pasa. Porque los medios de comunicación hoy en día tan al alcance de la gente vía internet lo que hacen es saturarnos de horrores cotidianos. Claro que entrando a las páginas de los periódicos vemos la fecha oficial del día que se vive, pero todo lo que hallamos alrededor del mundo suelen ser variaciones sobre un tema único, obsesivo, pesadillesco. Fuera de eso, en México sabemos que si hay una sobrecarga de idioteces es porque es día de entre semana y, trátense de la pandemia o no, surgen del inagotable manantial de estulticia del rosario de la aurora. Aunque de repente hay regocijantes toques del México surrealista: por estos días se dio la voz de alarma porque faltaban 22 momias del acervo guanajuatense. La gente se hacía cábalas: ¿estarán en el gabinete legal y ampliado? Luego resultó que no era cierto; nimodo.