Cuenta Svetlana Alexievich en su libro “Voces de Chérnobil” que tras el desastre de 1985 en la central nuclear ubicada en la ciudad ucraniana de Prípiat, su país natal Bielorrusia perdió 485 aldeas y pueblos, uno de cada cinco personas vivían en territorio contaminado por las partículas radioactivas que salieron de Chérnobil, y éstas mismas partículas afectaron 23% de la tierra cultivable. Se pasó de tener 82 casos de enfermos por algún cáncer por cada 100 mil habitantes, a seis mil.Treinta y cinco años después, la pandemia de COVID-19 ya cobró más de 30 mil vidas y 650 mil personas de todo el mundo están contagiadas. Pero el presidente de Bielorrusia desde 1994, Alexandre Lukachenko, asegura que el coronavirus no es más que una “psicosis” y llamó a sus 9.5 millones de habitantes a seguir trabajando en los campos y fabricar los tractores. “Estas cosas pasan. ¡Lo más importante es no entrar en pánico!”, ha dicho.En vez de tomar decisiones para proteger a su población de la pandemia, como el cierre de teatros, cines y otros eventos masivos, el Gobierno de ese país ha sido negligente al respecto, a diferencia de naciones vecinas como Rusia o Ucrania. Lukachenko ha propuesto dos soluciones al coronavirus: vodka y deporte. No sorprende entonces que la Liga de futbol de Bielorrusia sea la única competición que continúa jugándose en estos días.Este torneo, que empieza en marzo y termina en noviembre, jugó este fin de semana su Jornada 2 con público en las tribunas, y sólo se toman medidas parciales como dar gel antibacterial a los aficionados, que los trabajadores de los estadios usen guantes protectores y cámaras térmicas que vigilan posibles fiebres. Apenas en 2019, el Dínamo Brest, club que nombró presidente honorario a Diego Armando Maradona, rompió un récord de 13 Ligas consecutivas ganadas por el BATE Borisov, por mucho tiempo el equipo más potente del país y cuyos éxitos lo llevaron a jugar varias fases grupales de la Champions League y enfrentarse a gigantes como Real Madrid, Barcelona o Bayern Munich. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) piden cancelar los eventos masivos, pero Bielorrusia se aferra a que la pelota siga rodando.En 1985, las autoridades soviéticas (a las que entonces pertenecía Bielorrusia como una república no independiente) tardaron mucho tiempo en responder a la emergencia. Esa omisión, entre otros actos de impericia, causó la muerte de cuatro mil personas y afectaciones a 600 mil más, según la OMS, aunque la falta de transparencia en los datos pueden hacer estas cifras mucho mayores. En 2020, la historia se repite dos veces, esta vez como una farsa.