La ajena luz no te hará claro, si la propia no tienes.La Celestina, Fernando de RojasLo dijo Bartlett en su comparecencia en la Cámara de Diputados: “La caída del sistema -aquella larga noche del 6 de julio de 1988 en que el sistema de computo se apagó cuando Cuauhtémoc Cárdenas iba ganando la elección presidencial- fue un amasiato entre el PAN y Salinas”. Y puede que tenga razón en algo. Aquella noche, ante la falta de legitimidad de un presidente que llegaba al poder por la vía de un fraude, el PAN, tercer lugar en aquella elección con Manuel Clouthier como candidato, comenzó una relación de cogobierno con el PRI e impuso su agenda. Fue en el sexenio salinista en que dos de los grandes anhelos de la agenda de Acción Nacional, el reconocimiento de las iglesias por parte del Estado mexicano y la reforma a la propiedad ejidal, encontraron salida. Lo que no dice Bartlett es que ese “amasiato” tuvo una celestina: él mismo, entonces presidente de la Comisión Federal Electoral y secretario de Gobernación.La celestina Bartlett fue quien arregló la cama para que los nuevos amantes durmieran uno al lado del otro. Junto con Diego Fernández de Cevallos operó para que en San Lázaro se quemaran las boletas de aquella elección de manera que nunca más se pudiera hacer un recuento y saber exactamente qué había pasado en las urnas. Como buena celestina, el señor Bartlett cobró caro sus favores y se convirtió en secretario de Educación del gobierno de Salinas. Desde ahí operó para dar el golpe al entonces “líder moral” del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Carlos Jongitud Barrios, y encumbrar a la nueva cacique, “la maestra” Elba Esther Gordillo. Unos años después, el operador del fraude que hizo presidente a Salinas se convirtió en gobernador de su estado natal, Puebla, postulado por el PRI.El hoy vitoreado por “la izquierda” (más comillas) morenista persiguió como nadie, siendo secretario de Gobernación, a la Corriente Democrática del PRI que a la larga se convertiría en el PRD. No fue una persecución discursiva, hubo quien pagó con su vida el atrevimiento de exigir una elección democrática. El 2 de julio de 1988, cuatro días antes de la caída del sistema, fue asesinado Xavier Ovando Hernández, quien era el encargado de recabar la información y hacer el computo electoral en la campaña del ingeniero Cárdenas. El secretario de Gobernación, sobre quien se posaron todas la miradas, calló como momia.No deja de ser extraño que la reforma más importante para el presidente López Obrador, la que pretende salvar a la Comisión Federal de Electricidad y a Pemex por encima de cualquier otra consideración de tipo técnico o ambiental, tenga como rostro visible y buque insignia al gran enemigo histórico de la izquierda, un personaje oscuro que ninguna luz hará claro.diego.petersen@informador.com.mx