Jueves, 21 de Noviembre 2024

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Atemporal

Por: Argelia García F.

Atemporal

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Vivimos en una época donde el tiempo corre -o por lo menos eso creemos- a una velocidad distinta que antaño, de una manera vertiginosa. Buena parte de la nostalgia que invade a esta generación por “no tener tiempo” refiere a esta vivencia radical de lo que concebimos como tal. Los cambios estacionales que se dan conforme pasa el año nos sitúan en el preciso momento que se vive, sin embargo estos hoy no alteran a la tecnología, a la producción o al trabajo. Las mentes más brillantes de nuestra humanidad han volcado su vida y obra para tratar de entendernos a nosotros mismos como individuos abrazando el concepto desde distintos puntos de vista: el filosófico, el religioso, el científico y el artístico. Y es así que incluso cuando se trate desde una perspectiva absolutista o relativista, nuestras búsquedas, nuestros problemas, estudios, creaciones, intuiciones, girarán siempre -por finitos que somos- desde la tensión del tiempo.

Cuando una obra de arte, un artista trascienden el tiempo o no, lo hacen por diversos factores. La época dicta generalmente (a través de entonces capellanes ahora profesores, opinión pública, redes sociales, medios de comunicación tradicionales) como leerlos. Las modas ideológicas, la carga social del entorno presente, por supuesto las tendencias morales y religiosas, los recursos tecnológicos han hecho que el legado de muchos artistas quede en la periferia o sea idolatrado. Pero ¿quiénes son los que merecen el Olimpo de la atemporalidad? Dentro de los muchos parámetros técnicos que disponemos como artistas y que usan los críticos para medir el virtuosismo, la profundidad, la estética, la conmoción, al final creo que podríamos concluir que el que trasciende (obra, artista) no lo hace solo por haber sido bello, lo hace por haber sido cierto, verdadero. La belleza, el espacio y el tiempo tienen como mayor aliada a su más ruda detractora: la verdad. El arte tiene un solo objetivo: la libertad. El cielo de una obra de arte quizá sea la atemporalidad. El infierno, el olvido. Su purgatorio: las autoridades.

Atemporal es recordar las columnas del Partenón que son redondas por imitar a los árboles. El espíritu vivo de las lavanderas en Cosí Fan Tutte de Wolfgang Amadeus Mozart. La más exquisita y pura delicadeza en el movimiento de Yekaterina Maximova. El sonido de Menuhin al tocar las Partitas de Bach. La profundidad de Paul Valéry, la vida misma dentro de los cuentos de Chekhov y E.T.A. Hoffman. La conmoción del mármol de Bernini.

Esta plaza estará dedicada a eso, a los grandes maestros que vivieron y viven hoy entre nosotros. Agradezco de corazón a Carlos Álvarez del Castillo y a toda la familia de este diario la oportunidad por este nuevo espacio.

A mi madre y a mi hija, por traerme a la vida.

Tapatío

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