Seremos lo que decidamos ser ahora. Muchas teorías se han escrito respecto a las razones por las cuales somos como somos. Miguel León Portilla, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Alfonso Caso, Samuel Ramos y muchos otros han descrito muchos atributos y teorías para explicarlo. Ante las oportunidades que se abren para México el debate habría de centrarse en definir lo que ya no queremos ser para tener claridad respecto a lo que sí queremos.A lo largo del tiempo hemos aprendido los valores liberales expresados en la Constitución y nos hemos dado instituciones más o menos funcionales para encausar los conflictos externos e internos que determinan las decisiones. Por ejemplo, vemos como estas instituciones encausan la crisis provocada por los intereses políticos en Nuevo León. Y vemos también, con preocupación, la profunda ineficiencia en la seguridad pública y la justicia que desafía peligrosamente no solamente a las instituciones sino que afecta nuestra visión de nosotros mismos.Tenemos una idea clara de estos problemas, la conversación los reitera, pero a diferencia de las personas, las naciones carecen de una conciencia única de sí mismas, son las instituciones constitucionales las que definen y marcan los principios. Si lo vemos así nuestra conciencia nacional es formalmente es buena si vemos sólo las normas, pero mala si vemos los hechos. Vivimos momentos propicios para la reflexión de cara al futuro, precisamente porque tenemos claro lo que nos lastima.A los mexicanos nos gusta la historia para explicar rasgos identitarios, virtudes sociales y defectos. Pero pocas veces nos detenemos a intentar definir aquello en que nos queremos convertir. Es decir en precisar lo que ya no queremos ser, para conformar una nueva y mejor versión de nosotros.Hace algunos días en una conversación escuchaba de estas explicaciones históricas respecto a la tendencia a querer imponer una visión única y “correcta” de las decisiones, en lugar de tratar de abrirnos a entender las ideas de otros y ponernos de acuerdo en la ruta a seguir. Esa inercia de vencer sin convencer y de imponer verticalmente decisiones sin consenso, ha sido recurrente en nuestra historia. De hecho, la decisión de convertirnos en una democracia la tomamos de forma gradual, y el convertirnos en un auténtico estado de derecho aún está en proceso. Porque no se trata solamente de aprobar frases, sino de cambiar nuestra forma de pensar y de hacer las cosas en sociedad.Las condiciones actuales exigen detenernos a pensar en lo que aspiramos todos. Y las respuestas serán seguramente ideas de valor como la paz, la justicia, la igualdad o la dignidad. Pero llegar a materializar estos valores supone rechazar la imposición de un criterio único de vencedores y vencidos, para dar lugar a la construcción de consensos respecto a lo que debemos hacer haca dentro y hacia fuera.La profesora norteamericana Agnes Callard, en su obra Aspiration, explica cómo las personas viven continuamente el proceso de convertirse en alguien, mediante el aprendizaje de los valores que regirán la vida en lo que nos queremos convertir. De forma que si queremos convertirnos en padres o en profesionales debemos actuar según los valores que caracterizan a los personajes en los que queremos convertirnos. Siguiendo esa idea, los mexicanos debemos asumir plenamente los valores de la democracia, del respeto a la ley y la tolerancia para convertirnos en una mejor versión de nuestra sociedad. Hay un conflicto entre lo que somos y lo que queremos ser, que no se resolverá sino trabajando para ver juntos el mundo de una nueva manera; y esta manera es grandiosa y llena de valor. Somos aspirantes a una potencia en el mundo capaz de brindar lo mejor a nuestros habitantes y debemos actuar en consecuencia. Porque somos responsables no solamente de lo que somos ahora, sino de la decisión de asumir lo que queremos ser en el futuro. Las generaciones por venir nos juzgarán con la perspectiva de lo que decidimos aspirar a ser. La forma de resolver los problemas del presente es mirar hacia el futuro.