Inevitable es mirar las costuras de una década que entra al umbral del fin de ciclo, independientemente de astrologías y creencias, los cierres de temporada, de año, de hechos y en este caso “el inicio del fin de ciclo de una era” provocan evaluaciones inconscientes o conscientes; personales y colectivas. Hablo de nosotros, cada uno, como hijo de vecino. Y hablo del mundo. Del universo a nuestra aldea. Entedimos que lo que somos a todos afecta.Desde el año 2010 al 2020 pudimos observar la profunda transformación social que provocaron las redes sociales: la voz de todos pudo ser escuchada en “clicks” por segundo; Face, YouTube, Instagram nos han empoderado como ciudadanos y gente común, lo que ha obligado a pensar en nuevas economías virtuales y un conocimiento horizontal. Obviamente semejante ingerencia en el día a día de todos nosotros incide en la construcción de nuestra cultura y obviamente, en la construcción de nuestras identidades, sobre todo de las de los más jóvenes.Las redes sociales (para todos ya muy normalizadas) impactaron profundamente en la manera de estar informados; hechos y datos en nuestras manos sin el menor esfuerzo y de la manera más rápida. También el uso de las redes ha alimentado la sensación de inteligencia colectiva, la capacidad de interrelación de ideas similares en busca de un mismo objetivo; he ahí la oportunidad de defender causas como el aborto, impulsar la búsqueda de los desaparecidos, hablar sobre feminismo a nivel global. Esta década hizo historia.Pero, a su vez el impacto de las redes en la vida personal, ha generado otro tipo de problemas, como señaló el filósofo polaco Zigmun Bauman: “El éxito de Facebook se debe a nuestra imperiosa necesidad de no estar solos”. Y a su vez, en esa insistente falacia de no estar solos, vamos construyendo, como señaló Umberto Eco, falsas identidades, lo que nos obligaría a reflexionar en una propuesta más “desconectada” de vida. Y aquí me queda parafrasear al “desconectado” filósofo español Enric Puig Puynet quien afirma que “el internet nos roba el tiempo personal, el útil y también el que parece inútil, pero que es fundamental para pensar, crear y ordenar las cosas”.Pensar, crear y ordenar las cosas. Estamos robándonos a nosotros mismos un espacio fundamental, el espacio donde la mente se serena y crea. Por lo pronto hoy, reflexionamos toda una década.