Dicen que la estadística sirve para probar cualquier cosa, incluso la verdad. Esta máxima aplica para lo que se ha denominado como “combate estadístico” de los homicidios. Cada gobernante tiene sus métodos, pero en esencia persiguen lo mismo: imponer sus “otros datos”. En Jalisco, por ejemplo, opera una estrategia sostenida en tres pilares. 1. Por alguna razón, en Jalisco los cuerpos exhumados en fosas no se contabilizan en la estadística homicida. De hecho, para el gobernador Enrique Alfaro este es un indicador positivo: “Si el número de fosas sube, para mí es una noticia importante, porque tiene que ver con que el trabajo de la Comisión de Búsqueda está dando resultados, en el Gobierno anterior no se buscaba a los desaparecidos”, ha señalado. El mandatario también minimiza el papel preponderante de los colectivos en la localización de fosas ante la omisión del Estado. La razón para descontar las víctimas mortales de fosas sólo puede ser política y no metodológica. 2. El fenómeno de los desaparecidos tiene un efecto indirecto en la incidencia homicida, pues los criminales emplean la desaparición como una estrategia para reemplazar una violencia letal enmudecida. Casi la mitad de las más de 15 mil desapariciones en Jalisco ocurrieron este sexenio. Las palabras del dictador argentino Jorge Rafael Videla desnudan el mecanismo conceptual que opera en la mente del poderoso en torno al fenómeno de las desapariciones. En 1979, cuestionado sobre las desapariciones masivas en su país, el déspota respondió:“Mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Tremendo, ¿no? En la concepción política del Gobierno de Jalisco, cada desaparecido es ubicado en un limbo que discursivamente se inserta como una especie de no-homicidio para favorecer la estadística gubernamental. 3. Otra forma de subregistro de los homicidios en Jalisco se asienta en el “Atlas de homicidios 2021” de México Unidos contra la Delincuencia. El diagnóstico basado en datos del Inegi señala a la Ciudad de México, Estado de México y Jalisco como las entidades que concentraron más defunciones cuya causa fue “no determinada” , es decir, no se estableció si fueron “muertes naturales”, un accidente, suicidio o un homicidio doloso. Jalisco reportó 598 defunciones bajo este parámetro incierto. “Por su carácter atípico en el tiempo y el territorio mexicano, tampoco puede descartarse la hipótesis de que esta práctica de registro responda a instrucciones para sub-registrar voluntariamente la violencia letal” , apunta el estudio. Corolario. En 2021, Jalisco registró una ligera tendencia a la baja en homicidios respecto a los años previos. Pero en ese universo no se consideraron 270 cuerpos exhumados en fosas ese año, 598 defunciones sin causa clara e influye la incertidumbre sobre los mil 980 desaparecidos en ese periodo. Lo sorprendente, en todo caso, es que con estas aparentes estrategias de maquillaje de cifras tengamos un descenso apenas marginal de asesinatos y no una baja dramática. Por eso la próxima vez que nos digan que la violencia letal bajó, hay que distinguir entre la realidad y la estadística.jonathan.lomelí@informador.com.mx