No es suficiente que nos invada un virus, sino que también nos agite la Tierra con un temblor y ahora hasta nos rocíen con polvo del desierto del Sahara. Nos asfixia, la nube de calamidades que nos pueden llegar en un corto plazo, ya no sabemos a qué temerle más. Sólo nos falta que el payaso nos cargue y conduzca a la jaula de los monos, para que se rían de nosotros. La culpa la tienen los lambiscones que han hecho de nuestras tierras un enigmático paraíso que ahora se retuerce en inesperados protocolos que nos anuncian la llegada de una apocalíptica visita de seres extraterrestres. A alguien hay que echarle la culpa. No hay más maravilloso camino que desatar la imaginación y darle cuerda, hasta convencernos de que no hay nada que pensar. Sólo abrazar fantasmas en la oscuridad de nuestras cavernas inconscientes. Claro que no hay un fútil castigo, ni embrujo que tengamos que recibir, por las fechorías que hemos realizado. Es simple coincidencia. No nos hemos portado mal, ni los dioses nos mandan lecciones que tenemos que aprender, es nuestro destino el encanto de nuestra experiencia. Corre con tapabocas a donde te puedas refugiar, porque en México ni de ti mismo te puedes esconder, la huesuda te acecha por doquier, y no te va a soltar hasta que te abrace con sus deliciosos brebajes de panteón. Nos queda reírnos a carcajadas, entre sacudidas de tierra, empolvados por el desierto y correteados por un insignificante virus que nos ha confinado a un misterioso encierro. Como dice mi compadre, falta que hasta el perro del vecino nos levante la patita y haga su gracia en nuestro pantalón. Tómese la del estribo, un tequilita más no le hace daño, al fin y al cabo no sabe si mañana le caerá un rayo, o le llega un tsunami, o lo secuestran y se topa con una brigada de sicarios en medio de una plaza comercial. Quien quita y amanece en el torito, o en la cárcel por tratar de engañar al SAT o su señora lo demanda por no entregar mesada alguna. Ya ni llorar es bueno, siga pa’ delante, que el camino está más chueco que derecho, y ya no entiendo nada. A morderse el labio y a apechugar, que el agua para el caldo ya está en su hervor. Mexicano, ¿de qué te asustas? Si cuando pasa algo, no pasa nada y si no, ya ni me acuerdo. El colectivo no piensa, sólo hace lo que le venga en gana, ni sí, ni no; ¡ay como venga! Ya veré pa’ entonces de a cómo nos toca. A mí ni me digan qué hacer, porque el rumbo lo tomo yo de la manera que quiero, en mi pueblo así me enseñaron. ¿A poco cree que vamos a cambiar a estas alturas? Aquí no le tenemos miedo a nada, eso es de cobardes y en el México del tequila y el mariachi no nos asustamos con nada. Nos hace lo que el viento le hizo a Juárez. Que se asfixien los que no saben fumar puro, ni cantar el Himno Nacional, porque un soldado en cada hijo te dio. Ánimo, mis valientes, hay que estar listos pa’ lo que sigue, que a lo único que le podría tener miedo es a verme en el espejo, bien borracho y no saber ni quién soy. Ja, ja, ja, ja, échenme el polvito del Sahara, sacúdanme la tierra, que de un solo trago me acabó con el virus.