Martes, 26 de Noviembre 2024

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Aquilatar el silencio

Por: Martín Casillas de Alba

Aquilatar el silencio

Aquilatar el silencio

El paso del tiempo es un tema que nos preocupa a los viejos entre otras cosas porque nos hemos dado cuenta de que la vida es corta y pasa a gran velocidad. Para compensar un poco esto, algunas veces recordamos escenas de la infancia, iluminada en la memoria por un instante, como un relámpago que nos permite volver a ver las escenas de una época cuando, protegidos por la madre, no nos importaba la tormenta. Un día, todo da la vuelta y somos esa madre que ahora vemos crecer a nuestros hijos, a imagen y semejanza, y la poeta se inspira en esa luz para componer sus cantos.

Relámpagos de la memoria es el libro de poemas de Guadalupe Morfín, publicado por Arlequín a finales del año pasado. Son sesenta y tantos poemas divididos en tres partes: ‘El esplendor veraniego de las lilas’, ‘La paz de los naufragios’ y ‘La arquitectura del paraíso’. Resultan ser unos poemas que se antoja leerlos en voz alta, para cantar y ver si alguien de los coros terrestres nos escucha y comparte esto que sugiere la poeta de todo eso que le ha pasado en una abrir y cerrar de ojos.

En los primeros poemas, Guadalupe valora el ‘silencio’ como algo necesario. Tal vez por eso lo cita varias veces y lo ‘aquilata’, porque sabe lo que implica poder tomar conciencia y saber enfrentar la soledad compartida, una vez que hemos podido hacer a un lado el mundanal ruido, para revisar todo lo que tiene que ver con el paso del tiempo y el presente que se nos va entre las manos.

Habla del silencio íntimo en ‘Las ceremonias del despojo’ cuando nos “pueden acompañar los pájaros y el rumor de las hojas al caer” y así, en este páramo, poder tomar conciencia del viento que, como el tiempo, es imposible detener en su vorágine, excepto, si la poeta lo revierte, envolviendo su vida con la de sus hijos, para que ahora sea ella la madre que ‘sabe callar cuando todo aúlla’.

Ella tantea el pasado, ese ‘antes, sí, antes, / ahora que aún no llega el primero / es preciso acumular el tiempo / apilar la leña / mantener abiertas las ventanas / caliente el café / bien picado el silencio’ con ganas de contener los recuerdos a través de la palabra escrita, si es que hemos respirado hondo y podemos cantar esto: ‘primero hubo que ser niña / y saber que una voz sola / conjura los espantos…’, y así nos transportamos a ese otro tiempo, cuando no sentíamos amenaza alguna por la tormenta, aunque un día, la voz de la poeta fue testigo del infarto cerebral de su madre –enero del 2012–, para cantarle amorosamente: “eres luz y luz enternecida / para el parpadeo del tiempo / y Dios se asoma a ver qué le has inventado / y qué le cuentas / de libros y plegarias y cocinas / y es un huésped afín y entretenido / en esa mecedora ahí / junto a tus sueños.”

En ‘Las pausas’, Guadalupe habla de las ventajas del silencio y cómo es que la vida “nos fue enseñando con disimulo / que también hay paréntesis importantes. / Y en la música, / silencios”.

Sabe que con así se logra ‘estar en la vida’, antes que las gotas caigan por la ventana y nos consuela cantando: ‘en este otoño mío agradezco / la hora de regar por fin con calma / este jardín lejano que alimentas / cuando apareces toda tú / hija’…

Hacía tiempo que no disfrutaba de unos poemas tan cálidos, amorosos y familiares que le dan la vuelta al tiempo en el momento justo, cuando la voz es la protagonista de la “fiesta íntima / inaugural”, en medio de esa soledad compartida que, como un relámpago, ilumina las huellas que dejamos antes de que todo lo demás, efectivamente, sea silencio.

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