La estrategia de movilización de Donald Trump lleva más de cinco años en marcha, fundamentada en relatos sobre un “Estado profundo” y supuestas conspiraciones que buscan socavar su liderazgo. A lo largo de este tiempo, se ha tejido una narrativa donde una maquinaria oculta dentro del sistema político parece operar en su contra. Esta visión ha dado vida a una red de organizaciones civiles dispuestas a enfrentar a estos presuntos enemigos, incluso recurriendo a la violencia, como se evidenció en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Se apeló entonces a un sentimiento de frustración y agravio que muchos compartían tras la derrota electoral.Ahora, a sólo unos días de la elección presidencial, esta estrategia republicana se intensifica. No sólo buscan movilizar a sus bases, sino también preparan tácticas legales para disputar los resultados en caso de que les sean desfavorables. Equipos de abogados ya están trabajando para invalidar parte del voto temprano -del cual ya se han emitido más de 42 millones-, alegando supuestas irregularidades en el manejo de sobres y boletas. Hace cuatro años lograron anular un pequeño porcentaje de estos votos bajo argumentos similares; hoy, en una contienda tan ajustada, esta maniobra podría inclinar la balanza.Nos encontramos en un escenario sin precedentes para la democracia estadounidense. La polarización, alimentada por teorías conspirativas y la erosión de la confianza en el proceso electoral, ha generado un ambiente de incertidumbre que, en lugar de inhibir, parece motivar una participación masiva. Esta elección es, sin duda, una prueba de fuego para el sistema electoral, especialmente en estados clave como Arizona, Nevada, Carolina del Norte, Michigan, Pensilvania, Georgia y Wisconsin, donde, por cierto, las minorías hispanas podrían ser el factor decisivo.En este contexto, las narrativas republicana y demócrata se enfrentan en una auténtica guerra de percepciones que apelan profundamente al sentimiento colectivo. Si los republicanos pierden, es probable que respondan con acusaciones de fraude, activando tanto su maquinaria legal como la movilización de sus seguidores. Los demócratas, en cambio, estarían listos para responder con la movilización de sus bases progresistas en las grandes ciudades. Para los republicanos, el objetivo es trasladar la disputa al ámbito judicial, donde los conservadores en tribunales superiores, incluida la Corte Suprema, podrían jugar un papel crucial. Los demócratas, en cambio, buscan una victoria tan clara que cualquier intento de impugnación resulte inviable; para ello, apelan a un sentimiento de defensa nacional, señalando a Trump como una amenaza a los derechos de las mujeres y las minorías.La incógnita principal sigue siendo la participación en estos estados decisivos y el impacto del “voto oculto”: aquellos ciudadanos que, por temor o desconfianza, prefieren no revelar sus intenciones hasta el momento de la votación. Los demócratas apelan a la defensa de la democracia, alertando sobre el riesgo de deslegitimación del proceso electoral. Por su parte, los republicanos invocan la amenaza de una “invasión” desde el sur, argumentando que los inmigrantes representan un riesgo para el empleo y la seguridad de los ciudadanos, mientras buscan una “limpieza” de Washington para eliminar a sus “enemigos”: comunistas, progresistas y todos aquellos que, según ellos, debilitan la nación.Este enfrentamiento refleja dos visiones en competencia por el imaginario colectivo de Estados Unidos. Los republicanos han construido una narrativa basada en falsedades que muchos consideran reales: los demócratas no son comunistas, ni existe una conspiración en Washington. En cambio, las preocupaciones demócratas sobre la violencia y el desdén de Trump hacia los derechos de las mujeres y las minorías sí están basadas en hechos verificables, al igual que su simpatía por líderes autoritarios como Vladimir Putin.La cuestión fundamental es esta: una de estas visiones está construida sobre falsedades que se han vuelto creíbles para muchos, mientras la otra ofrece un relato más cercano a los hechos. La repetición constante de falsedades tiene el poder de moldear la opinión pública y, en última instancia, definir el futuro de una nación, poniendo en riesgo la esencia de la democracia: la capacidad de tomar decisiones colectivas basadas en información libre, veraz y racional.Este martes, Estados Unidos se enfrenta a un momento crucial, donde el voto dará respuesta al llamado al sentimiento colectivo de los contendientes. La esperanza de muchos es que, sin importar el resultado, la elección termine con la civilidad y el respeto que exige la democracia, evitando una agitación social que aumentaría la incertidumbre.luisernestosalomon@gmail.com