No le han salido ronchas ni tiene fiebre. No forma parte de ese enorme porcentaje que Jalisco penosamente trajo este año al mundo de los mexicanos contagiados con dengue. No, por fortuna el gobernador Enrique Alfaro no ha caído, no que se sepa.Pero definitivamente algo le picó, de eso no hay duda. ¿Será que Alfaro está desarrollando algún feo síndrome de que llegaron con el milenio?Podría ser el síndrome del tabasqueño, también conocido como el síndrome del enemigo. Es una hipocondría política que afecta el corazón e impide la sinapsis, lo que genera conductas paranoicas. Consiste en aludir a una poderosa oposición malvada que se oculta detrás de cualquier episodio, ya sea epidemia o balacera, y que cuando abre la boca lo hace con mala fe y con el único propósito de destruir al enfermo. Este síndrome es peculiar porque puede afectar realmente al paciente (este efectivamente cree que hay demonios que lo están esperando) o ser una estratagema de abuela demandante (el paciente sabe que no hay demonios pero le gusta fingir el síndrome para obtener compasión y solidaridad).Pero los síntomas son confusos. Cuando Alfaro explica la epidemia diciendo que hay quienes infunden miedo para sacar raja política y que lo hacen con mentiras que son más peligrosas que el dengue, se ve clarísimo el síndrome del tabasqueño, pero quién soy yo para hacer el diagnóstico. Traigan a un médico, porque les digo, los síntomas son confusos.Podría tratarse en realidad del síndrome del toluqueño. Ese consiste en desarrollar una inflamación de la soberbia tan aguda que termina por afectar los sentidos de la vista y del oído. No escucha las críticas, desestima lo que hay a su alrededor cuando no tiene los colores que le gustan y termina por encerrarse en una burbuja asfixiante y cegadora. El síndrome del toluqueño puede afectar tanto a un buen gobernante que no importa que haya destinado más recursos que nadie a fumigar o que él no haya participado en la desaparición de 43 jóvenes. Nadie confía en él porque él no escucha y no entiende lo que se le está reclamando.Queda una tercera posibilidad. Quizá los síntomas no son indicativos del síndrome del tabasqueño ni del toluqueño. Quizá se trate simplemente del síndrome del guanajuatense. Este síndrome consiste en el crecimiento exagerado de las expectativas. Les da gigantismo en su futuro y los afectados aseguran que cambiarán la historia y el eje de la tierra. El problema grave de ese síndrome es que la zona afectada con gigantismo está llena de aire y a la primera que se descuiden, se desinfla. Al final no pueden ni con el dengue en Guadalajara, ni con el presente del estado, ni enarbolar la oposición nacional.El gobernador de Jalisco debería ir a examinarse. No vaya a ser que sus síntomas sí sean peligrosos, que tenga uno, dos o tres síndromes políticos mexicanos para los que todavía no tenemos antídoto.