No fue el primer año que Enrique Alfaro había soñado. Está lejos de serlo. Pero la política es circunstancia. Ser gobernador en tiempos de López Obrador es sumamente complejo, pero aun así el Gobierno de Alfaro es más el resultado de sus propias decisiones que de la sombra del caudillo.Fiel a su forma de gobernar, así lo hizo en Tlajomulco y en Guadalajara, Enrique Alfaro ha usado su capital político para tomar decisiones complejas en el primer año: Aumentó el precio del transporte público; se echó el trompo de la Villa Panamericana a la uña; se manifestó a favor de la Presa El Zapotillo a 105 metros, aunque luego el Presidente lo dejó colgado y todo quedó en suspenso; se aventó con todo en una complicada reforma al Poder Judicial que no ha terminado de cuajar, pero avanza, y se enfrascó en esa complicada promesa de futuro llamada “refundación”, que sigue sin emocionar siquiera a sus colaboradores.El primer año de Gobierno ha estado, sin embargo, marcado por dos temas: La inseguridad y una rasposa relación con la crítica. Nada distinto, podríamos decir, a lo que pasa con López Obrador, con una diferencia: Mientras Andrés Manuel tiene arriba de 60% de aprobación, la de Alfaro anda en 33 por ciento.En el tema de seguridad, el gobernador ha decidido salir al ruedo y dar la cara por los resultados, que si bien han mejorado en varios rubros no lo han hecho en el más sensible: homicidios dolosos. La principal estrategia de seguridad, la Policía Metropolitana, no termina de nacer y, un año después, sigue siendo una buena intención en el papel y que lejos de fortalecerse con el tiempo, se debilita.De piel sensible y echado siempre para adelante, la relación de Alfaro con sus críticos ha sido una de las marcas del estilo personal de gobernar. Confrontar es lo suyo. Pero, a diferencia de lo que pasaba cuando gobernó en Tlajomulco o Guadalajara, en este momento el gobernador no tiene el viento a favor, lo que ha provocado que pierda los estribos más frecuentemente de lo que nos tenía acostumbrados, y sobre todo que pierda la narrativa. Esto último ha provocado que su discurso esté más centrado en el día a día, o incluso en el cochinero del pasado, que en una visión de futuro que emocione a los jaliscienses. Pareciera que, a falta de un sparring, de un adversario a modo que le permita lucir con su crítica, ha terminado haciendo boxeo de sombra.Lo más destacable del año es, sin duda, la parte económica. Jalisco es uno de los pocos estados que crece en medio de la parálisis nacional. Si bien es cierto que a diferencia de otros rubros aquí no les dejaron un cochinero, sino un Estado en marcha y con una continuidad positiva de al menos tres sexenios (eso no lo van a decir), también lo es que el gabinete económico está trabajando y trabajando bien.Podríamos concluir diciendo que Alfaro llegó a su primer informe más desgastado y golpeado de lo que esperaba a estas alturas del partido, pero con los hilos del Estado en la mano.(diego.petersen@informador.com.mx)