“Tuve lo que hacía falta para jugar al futbol, pero no lo que me hacía falta para la vida”. La frase es de Tony Adams, defensa central, capitán e ícono del Arsenal de Inglaterra durante 18 años, quien tuvo problemas de alcoholismo en su carrera profesional.Esta descripción aplica a muchos jugadores profesionales que siguen sin comprender el drama que pueden ocasionar el alcohol y las fiestas nocturnas en sus vidas. La tragedia de Joao Maleck, cuya irresponsabilidad y mal juicio lo llevó a matar a dos personas por manejar a exceso de velocidad y en estado de ebriedad, vuelve a enseñar una lección que, pese a repetirse muchas veces, sigue siendo difícil de aprender.El repaso a historias de futbolistas que nunca llegaron a ser lo que prometieron por la bebida, que truncaron su carrera por una noche de copas, o cuyas adicciones les llevaron a una vida corta y sufrida, siguen siendo menospreciadas por un entorno que rodea a los jugadores en una burbuja y les sigue haciendo creer que basta con su talento con los pies para ser autosuficientes.“Un futbolista puede hacer lo que quiera, tiene dinero y se siente Dios”, escribió en su autobiografía Andy van der Meyde, centrocampista holandés cuyo talento fue derrotado por la cocaína y el alcohol, por lo que nunca llegó a tener una carrera como la de otros compañeros de generación como Wesley Sneijder o Arjen Robben. “Tenía dinero, podía comprar lo que quisiera y estar con las chicas que me apeteciera. Hacía lo que quería en cualquier momento (…) Y ahora lo pienso: cómo pude echar a perder mi carrera”.Tal vez a Joao Maleck le habría convenido repasar historias cercanas como la de César Andrade, canterano del Atlas con un futuro prometedor que una noche de 1999 se fue a beber cerveza, enojado porque había sido suplente en el último partido de su equipo. Pero se accidentó junto a Javier Amador, su compañero de Fuerzas Básicas, y perdió una pierna.“Me cansé de amanecer crudo todos los días, de acordarme de lo que había hecho”, dijo Andrade en una de sus conferencias de motivación que ahora imparte en las escuelas, donde también cuenta que pensó en el suicidio por el remordimiento y la oportunidad perdida.Todos recuerdan al genial norirlandés George Best y una de sus frases “me gasté la mayor parte de mi fortuna en mujeres y alcohol; el resto lo desperdicié” y que ejemplificó la vida de excesos del “Quinto Beatle”. Sin embargo, pocos recuerdan otra frase de él en noviembre 2005, cuando postrado en una camilla de hospital en terapia intensiva, permitió que fotografiaran su agónico rostro para dar una lección al mundo: “No mueran como yo”.En “Niños Futbolistas” de Juan Pablo Meneses, se describe como Joao Maleck, con apenas 12 años de edad, tenía representante, restricciones para hablar con cualquier desconocido que pretendiera llevárselo de la cantera de Chivas, y trato entre algodones. Aquella renuncia temprana a encargarse de los actos propios tal vez fue el mayor daño que se le pudo haber hecho. “Sus padres saben que una torcedura de tobillo, una pisada en falso, un accidente doméstico, cualquier hecho fortuito puede dejarlo fuera de la carrera o lejos de la fortuna, como los caballos purasangre”, se lee en el libro.Maleck cometió un error y debe pagar por ello ante la justicia. Pero su tragedia deberá servir de enseñanza a otros jóvenes promesa como él, y recordar las palabras de Eduardo Galeano en ‘El futbol a sol y sombra’. “Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo”.