Hoy es 12 de diciembre. Dentro del calendario de festividades que importan a los mexicanos, esta es una de las que tienen mayor significado. Sin duda, la expresión más completa de nuestro sincretismo cultural es la representación de la Virgen de Guadalupe.Nuestro pueblo tiene una enorme devoción por ella. Podríamos decir, sin equivocarnos, que antes que cristiano, nuestro pueblo es guadalupano.La Virgen es la tierra madre, la reivindicadora del indio; a través de Juan Diego, es el útero del mestizaje. Ella, junto a las vírgenes de Zapopan, San Juan de los Lagos, Talpa y la Virgen del Sagrario, fue fundamental en la evangelización de los territorios conquistados y añadidos a la Corona de España y siguen siendo factor de cohesión social.El fenómeno de transculturación, que implicó la sustitución de las creencias religiosas de los nativos por las divinidades que la conquista importó, fue sustantivo en la construcción del Nuevo Mundo. El reemplazo de Coatlicue, diosa prehispánica de la fertilidad, por la Virgen, se dio con relativa facilidad a partir de la semejanza entre el discurso mítico del origen de Huitzilopochtli y Cristo. Desde entonces, la Virgen es uno de los ejes vertebradores de la nacionalidad pues, nuestra identidad como pueblo, está vinculada a la fe y a la narrativa que la envuelve.En la actualidad, la tendencia entre las nuevas generaciones es el alejamiento de toda creencia metafísica ante la omnipresencia de la tecnología y su nuevo dios, el smartphone.Aun así, la devoción que se inicia en los primeros años del siglo XVI se arraigó de tal forma y profundidad en nuestra nación que, en esta fecha, millones de peregrinos todavía se reúnen en el Tepeyac, lugar en el que se construyó el santuario donde es venerada.El fenómeno se repite a lo largo y ancho del país y en otros lugares del continente americano. Multitudes de niños, jóvenes y adultos, sin distinción social o económica, inundan las calles de la Ciudad de México y de otras poblaciones con estos fines.En Guadalajara, recuerdo como, desde niños, éramos llevados por nuestras madres vestidos de “inditos” a visitar el santuario dedicado a la advocación de la Virgen María de Guadalupe, allá por el barrio del mismo nombre, edificado en el siglo XVIII por Don Fray Antonio Alcalde, uno de los mayores benefactores de nuestra ciudad, fundador del Hospital Civil y de la Real y Pontificia Universidad de Guadalajara.Los tiempos han cambiado y el país también, sin embargo, prevalece ese profundo sentimiento que nos vincula a la Virgen. ¿Será que su identificación con la madre que nos alumbra, protege y alimenta es la fuerza en la que se soporta esa relación? ¿O acaso nuestra visión de la realidad sigue profundamente influenciada por una cosmogonía heredada y aprendida? Realmente no lo sé. Lo que sí sé es que un día como este nació mi hijo Eugenio y, por lo tanto, la fecha tiene un sentido especial en mi vida.¡Alabada sea la Virgen! eugeruo@hotmail.comEugenio Ruiz Orozco