Luego de que se diera a conocer que Norma Lucía Piña Hernández fue nombrada la primera Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Consejo de la Judicatura Federal la semana pasada, se habló mucho, refiriéndose a sus propias palabras en el discurso de aceptación del cargo, de “romper el techo de cristal” en el organismo que se mantuvo patriarcal hasta este año; sin embargo, creo que lo que sucedió ese día fue que la impoluta carrera por más de tres décadas de la ministra hizo añicos no sólo ese techo, sino también los prejuicios en general, enviando un importante mensaje no sólo al Ejecutivo, quien, hasta el último minuto, hizo lo posible por que sus allegados recibieran el nombramiento -polémicas y plagios aparte-, sino también a la sociedad en general de que no hay presión que valga para manipular una decisión libre y que las mujeres sí pueden dirigir el Poder Judicial. La llegada de Norma Piña habla de la independencia de la Suprema Corte y no de una “secuestrada” como dijera más de una vez el Presidente. Llegó la era de la contundencia y de la objetividad. Las expectativas son altas, la ministra presidenta ha marcado historia en el Poder Judicial como la menos condescendiente con las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, la que menos votos a favor concedió a las propuestas en la administración actual. El Poder Judicial no sólo tiene el rostro de una mujer, tiene el rostro de la igualdad, uno de los preceptos por los que ha luchado Norma Piña, a cargo de la Unidad General de Igualdad de Género de la SCJN, una magistrada a favor de la despenalización del aborto y del consumo recreativo y responsable de la marihuana; para ella ser congruente nada tiene que ver con estar confrontada con el Ejecutivo. Presidirá el Poder Judicial por cuatro años, hasta el 31 de diciembre de 2026, lo que significa que su gestión estima despedir a la actual administración federal y recibir a la siguiente. Norma Piña es el ejemplo de que sí se puede, pese a cualquier presión o embate, obtener una victoria, pero en el sentido que ella misma pronunció “como resultado de la mayoría”, no en lo individual; es por ello que la representación es su tarea en la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria con el anhelo de un país sin violencia contra las mujeres. Confiemos en que esta era renueve el Poder Judicial desde la autocrítica, la reflexión y la acción de las y los juzgadores; que sea contundente contra la corrupción.Confiemos que este paso adelante, que da un mensaje de evolución y paridad, no se vea ensombrecido por “mañaneras” desafortunadas ni presiones como las que recibiera Eduardo Medina Mora hasta presentar su renuncia en 2019, dejando claro el control del Ejecutivo en ese momento.Por lo pronto tenemos a una ministra presidenta fuerte, respaldada por todas las mujeres, por las que están y por las que faltan, porque es congruente con sus decisiones y, de acuerdo a su discurso: “Estamos todas aquí, nos colocamos por primera vez al centro de la herradura de este tribunal pleno, demostrando y demostrándonos que sí podemos”.