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Al cabo es puro cuento

Al cabo es puro cuento
En 1992, Francisco Hinojosa publicó un cuento que ya es un clásico: La peor señora del mundo. Por como va la vida en el planeta, ni modo de no pensar en esa narración, desde ella imaginar que torcemos la realidad y aprovechar para hacer una especie de homenaje a Hinojosa con la siguiente intervención a su historia, ojalá no lo tome a mal:
En el Norte de Turambul, había una vez un señor que era el peor señor del mundo. Era gordo como un hipopótamo, solo comía hamburguesas grasientas y tenía dos colmillos puntiagudos, brillantes y postizos. Además, usaba zapatos de golf para rayar los pisos y tenía uñas afiladas con manicura con las que le gustaba amenazar y a veces arañar a la gente.
A sus hijos les pegaba cuando sacaban malas calificaciones y también cuando sacaban dieces. Los castigaba cuando se portaban bien y cuando se portaban mal. Les echaba jugo de limón en los ojos lo mismo si hacían travesuras que si le ayudaban a cargar los palos de golf o a meter su dinero en la caja fuerte. En el desayuno les servía comida de perros.
Los niños de Mar-a-Lago se echaban a correr en cuanto veían que él se acercaba. Lo mismo sucedía con los señores y las señoras y los viejitos y las viejitas y los policías y los que cobraban los impuestos. Hasta los zopilotes y las cucarachas sabían que su vida peligraba cerca del malvado señor. A las hormigas ni se les pasaba por la cabeza hacer su hormiguero cerca de su casa porque sabían que el tipo les echaría encima agua caliente.
Era un señor malo, terrible, espantoso, malvadísimo. El peor señor del mundo. El más malvado de los malvados.
Hasta que un día sus hijos y todos los habitantes del mundo se cansaron de él y prefirieron huir porque temían por sus vidas. Montaron en cohetes, en ovnis confiscados, le quitaron a Musk sus naves experimentales, se formó una hilera cósmica como de arcas de Noé y salieron del planeta hacia donde fuera; el espacio gélido y vacío les parecía más agradable que continuar en la vecindad del peor señor del mundo.
Desde entonces, las plazas estaban vacías, ya no ladraban los perros en las calles ni volaban los pajaritos en el cielo ni buscaban flores las abejas. Sólo se oía el silbido del viento. Fue así como el mal hombre se quedó solo, solito, sin nadie a quien molestar.
El único ser que aún vivía cerca de él era una paloma mensajera que se había quedado atrapada en la jaula de la casa club del campo de golf. El espantoso hombre se divertía dándole de comer todos los días migas de pan mojadas en salsa de chile y agua revuelta con vinagre. Unas veces le arrancaba una pluma y otras le torcía los dedos de las patas. Cuando la paloma estaba a punto de morir, el señor, desesperado por no tener alguien a quien pegarle, reconoció que sólo ella podía ayudarlo para atraer nuevamente a los habitantes del planeta. Decidió cambiar la dieta de la paloma, le quitó el chile y el vinagre y se atrevió a hacerle unas caricias. Cuando estaba convencido de que la paloma ya era su amiga, de que llevaría un mensaje a sus hijos y a todos los demás, escribió un recadito, se lo puso en el pico, la metió en una cápsula para lanzar satélites a la estratósfera y la echó a navegar.
A los cuantos días, los antiguos habitantes de la Tierra volvieron, ya que el peor señor del mundo les pidió disculpas en el recadito. Regresaron a sus casas y con gran alegría la gente rasguñó y pisó al horroroso hombre, que se dejó hacer para que se confiaran.
Hasta que un día, mientras todos estaban rutinariamente metidos en lo de cada cual, él decidió construir una muralla, más bien un domo planetario para que ya nadie pudiera escapar. Quién sabe cómo lo hizo, pero lo cierto es que todos, todititos quedaron atrapados. Y desde entonces volvió a ser el peor señor del mundo: ponía y quitaba aranceles, amenazaba con arrancar territorio a sus vecinos, le echaba carne podrida a los perros y el Ejército a los migrantes, y con sus brillantes uñas rasguñaba las trompas de los elefantes. Hasta los leones se comportaban como gatitos cuando lo veían.
Pero sucedió también que un buen día, mientras el señor descansaba, porque ser maldoso cansa, el jefe de Unión Europea exclamó: esto ya no puede seguir así. Es cierto, lo respaldó el emperador japonés, debemos deshacer el domo y salir huyendo. ¿Y por qué no -apuntó la Presidenta mexicana- lo convencemos de que nos deje de molestar? Jajaja, se carcajearon. Pero callaron de inmediato, no fueran a despertarlo. No -intervino el presidente de Burkina Faso-, lo que debemos hacer es engañarlo. Lo miraron extrañados. Muy fácil -añadió el mandatario- cuando ponga aranceles, le agradecemos; si dice que le gusta que le besemos el trasero, se lo besamos con una sonrisa en los labios y si quiere quedarse con nuestro territorio, lo abrazamos. Y así hicieron.
El peor señor del mundo estaba destanteado. El colmo fue cuando el líder de un país pequeñito que para subsistir dependía completamente de las exportaciones que hacía al del peor señor del mundo, le pidió que por favor le pusiera 200% de aranceles a sus exportaciones. Entendió que disfrutaban las crueldades que les infligía, por lo que comenzó a ofrecerles cosas buenas; por ejemplo, condonarles la deuda externa, a lo que los aludidos se negaban con asco: no -suplicaban-, queremos deberle mucho. El peor señor del mundo comenzó a hacer puras bondades, seguro de que con eso molestaba a la humanidad entera. Desde entonces todos vivieron felices y muy divertidos: domaron al del domo.
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