Tizapán el Alto luce y suena como cualquier pueblo tradicional de Jalisco: en los portales, el clásico local de máquinas tragamonedas, un delito federal, que congrega desde el niño hasta el viejo. Y ese ruido de fondo tan familiar: el motor de decenas de mototaxis e Itálikas con jóvenes a bordo. Completan la estampa su templo, el San Francisco de Asís, su magnífico río de La Pasión que atraviesa el poblado, y el jardín central junto a la Presidencia. La Guardia Nacional vigila a bordo de dos camionetas artilladas. Al fondo, varias patrullas estatales merodean.En la Comisaría de Seguridad de Tizapán el Alto hay una camioneta RAM blanca cubierta con una lona negra. En el costado derecho, abajo de la puerta, tiene el boquete de un balazo. En esa camioneta acribillaron el 12 de junio a José Antonio Langurén, comisario del municipio, y uno de los 17 policías asesinados este año en Jalisco. En la fachada del edificio ondea el luto deshecho de lo que fue un moño negro. Pregunté por María Guadalupe Salgado, la primera mujer Comisaria del municipio (y tal vez la única en el estado). Tras el asesinato del jefe anterior, le renunciaron nueve policías. Creo que es una gran historia: su perfil, su carrera de siete años en la comandancia, su vida en el sureste de Jalisco bajo fuego. ¿Por qué ella? ¿Es que ningún varón aceptó el puesto?Un policía joven con un arma larga y el rostro semicubierto, el único centinela de la Comisaría, me pidió esperar. Minutos después regresó. La comisaría me mandó decir que no estaba en su oficina. Entiendo que no quiera hablar.–¿En esa camioneta mataron… a su cero-uno? –le pregunté al agente que parecía ansioso por correrme.–Sí –se apresuró a dejarme salir, pero insistí:–¿Es cierto que renunciaron nueve policías por eso?–Ya faltan 19 policías.El municipio, según me respondió vía transparencia, tiene un estado de fuerza de 27 elementos. La comandante “Lupita” estaría a cargo de una corporación reducida a un tercio.La gente en el pueblo sabe lo que ocurre. El reciente triple homicidio en Mazamitla, poblado vecino, y el enfrentamiento del primero de mayo con bloqueos y tres civiles asesinados. El video en la delegación de El Volantín, allí en Tizapán, en donde una veintena de sicarios con chalecos tácticos alzan sus armas largas al grito de: «¡Ya llegamos y no nos vamos!».–Cuando hubo la matazón acá arriba, en San José de Gracia, de ahí se rompió todo –cuenta una mujer que descansa en el atrio.Todos refieren como punto de quiebre el “fusilamiento” de una decena de hombres, en marzo pasado, en ese poblado michoacano. De allí se desató una guerra entre el Cártel Nueva Generación y los Pájaros Sierra, sus ex aliados y ahora sicarios de Cárteles Unidos de Michoacán.Sin embargo, los dependientes en pequeños negocios, las señoras que descansan en la plaza, empleados de la presidencia municipal, todos coinciden en que ahorita está tranquilo. Varios me repitieron la expresión cuando pregunté si el pueblo era seguro:–Ahorita hay mucho gobierno –dicen para referirse a la reciente presencia de soldados y policías en las calles.La frase es muy reveladora si uno se pregunta: ¿pues qué había antes?Los procesos de neocolonización criminal comienzan así: con muchas patrullas y una falsa tranquilidad.