Dado el caso de que Correos de México, otrora una institución muy eficiente, empezó a trastabillar y a ofrecer cada vez un servicio más lento e inseguro, surgieron empresas particulares que, hipotéticamente, hacían el trabajo más rápido y mejor.Se valían de la aureola, con frecuencia errónea, de que la iniciativa privada es más eficiente que la empresa pública. Tal vez sea cierto en algunos casos, pero ya he tenido también muchas pruebas de que en lo que superan indefectiblemente es en la voracidad y, con frecuencia, en la prepotencia.Ahora es el caso de Federal Express, una empresa que desarrolla las funciones de un correo.El 22 de abril pasado debieron haber entregado un sobre con 45 hojas tamaño carta, escritas a máquina, en una muy conocida empresa editorial de la Ciudad de México, sita en San Ángel que, además de las oficinas tiene abierta al público una librería en el horario convencional.Casi 30 días después me llegó la queja de que no había enviado yo dicho material con el que se tenía que proceder a la impresión de un libro, que se reclamaba con cierta urgencia.Afortunadamente, en mi despacho de desorganizado historiador parece haber más orden y sistema, pues encontramos el documento que acreditaba haber hecho el envío con toda oportunidad.Transmitida la información a la empresa editorial capitalina, esta hizo la averiguación correspondiente y, al fin, apareció el peine: decían no haber podido entregar dicho sobre “porque no encontraron a nadie”, y, claro está, su eficiencia empresarial no les permitió dejar aviso alguno, ni llamar por teléfono y ni siquiera avisar al remitente, el cual por cierto, es “cliente frecuente”, lo mismo que el destinatario.Aclarado el enredo y puesta en evidencia la incompetencia de la empresa, para solventar el problema anunciaron que tardarían de 4 a 5 días en traer el sobre de una bodega que tienen quién sabe en qué rincón del valle de Anáhuac y ni siquiera entregarlo al destinatario, como debería ser su obligación, sino dejarlo en una sucursal relativamente cercana a la oficina de éste.Es curioso que, para “deshacer el entuerto”, tan eficiente mensajería tarde el doble de lo que debió haber tardado el servicio por el que cobraron no poco dinero y no cumplieron según su obligación.Es aquí cuando un ciudadano común y corriente se pregunta ¿qué tan válida es la vanagloria de la empresa privada sobre la pública? y peor aún, la eficiencia de empresas con raíces extranjeras.Ante tal situación uno se pregunta si no es legítimo que el estado recupere ciertas funciones y atribuciones que en manos privadas son más caras y mucho menos eficientes.