Alguien toca en la puerta de la casa o llama al teléfono móvil y pregunta: ¿por quién va a votar? En algunos ejercicios demoscópicos, si la respuesta no satisface al encuestador, cuelga, si acaso quien recibió la llamada no lo hizo antes. Pero imaginemos que quien cuestiona es parte de una empresa profesional que se distingue por su ética pública, además el encuestado lo atiende de buena gana; sus respuestas se convierten en parte de la estadística y con ésta las y los interesados en las elecciones aseguran tener idea de hacia dónde soplan los aires en la biósfera política, los más osados creen saber quién resultará triunfador y, por lo mismo, suponen conocer el futuro del país o el del territorio que corresponda, con todo y sus ocupantes, y más: del montón de respuestas a favor de A, B o C sacan, con desparpajo, conclusiones respecto al talante moral, político, social y económico de quienes optaron, en la encuesta, por un candidato u otro.Luego, las sorpresas: la representación estadística de aquello que contestaron las y los electores no coincide con la posterior decisión marcada en las boletas, quien al cabo se alza con el trofeo no es quien las matemáticas habían “pronosticado” (aunque es sabido que las encuestas no valen para hacer presagios, persiste la manía de considerarlas portadoras de un futuro inapelable). Antes, la “falla” de las encuestas causaba estupor, ahora es parte del panorama y afirmamos, sin más ni más: las encuestas se equivocan, como si fueran entidades con voluntad propia. Lo que lleva al marasmo: quienes están a favor de un contendiente que no aparece alto en las gráficas no se preocupan demasiado porque las encuestas yerran, por lo que, a pesar de lo que indiquen, consideran posible obtener la mayoría. Menos aún se preocupan quienes lucen de antemano ganadores. Luego, ya quedó dicho, las sorpresas.Las elecciones, con uno de sus instrumentos de propaganda consentidos, las encuestas, son una especie de caja de Petri en la que creemos ver a la sociedad entera, su comportamiento, su actitud ante las leyes, la democracia y la libertad. Hay quienes sugieren que merced a ellas entienden la relación de unos y unas con los otros, con las otras, y de este modo constatan la fatalidad correspondiente: para qué quejarse si tantos se abstienen, los más eligen a los peores, tenemos los gobernantes que merecemos, etc. Hasta que un acontecimiento inusitado aparece para señalar que, la mera verdad, no somos capaces de conocer lo que se fermenta y acaba por hacer espuma en los distintos grupos; eso inesperado puede ser el resultado mismo de las elecciones, con sus detalles, o la irrupción súbita de un malestar que no vemos o no queremos ver, por estar concentrados en la caja de Petri que engañosamente simplifica lo intrincado y que no ha acarreado soluciones para los problemas endémicos, tampoco para los coyunturales, y no ha contribuido para que la democracia sea apreciada como un valor para sortear colectivamente el día a día.Pero el sistema caja de Petri no se constriñe al proceso electoral; buena parte de la clase política y no pocos en el círculo rojo lo emplean para ahorrarse la pensada y desentenderse de las realidades crudas. ¿Para qué mirar al exterior de la tal caja si las encuestan los favorecen? ¿Para qué hacerse cargo de los porcentajes de encuestados que no los prefieren si se trata de untarse en el pecho la banda de mando? Y si lo que la demoscopia anuncia no se cumple, se rasgan las vestiduras, culpan a alguien, vociferan por el fraude que les hicieron y, lo terrible, se disponen a desear y hacer lo que esté a su alcance para que quien obtuvo la constancia de mayoría no pueda hacer su trabajo, ayudados, es verdad, por la incompetencia siempre esperable de la ganadora o el ganador. Todas ellas, todos ellos fuera de la caja de Petri sufren en un medio hostil para la inteligencia y capacidad que detentan.De ahí que el presidente de la República prefiera gobernar desde su placa de Petri, llamada mañanera, enfocado en los microorganismos que le interesa exhibir como el todo. El 1° de mayo metió en ella al movimiento obrero: a sus líderes -de quién sabe qué- representantes de los trabajadores -quién sabe cuáles-; en tanto, los desfiles y las exigencias quedaron del lado de allá, ni modo que la investidura presidencial salga de su medio de contraste controlado, el que tanto le rinde en las encuestas que miden su fama. Como su maestro, la candidata Sheinbaum respiró el aire nocivo de la realidad al bajar la ventana de su camioneta, en Chiapas, para escuchar el lenguaje inentendible, para ella, de los extraterrestres conocidos como defensas comunitarias; en silencio su llamada de auxilio debió haber sido: pásenme las encuestas, las mías, no puedo respirar.Aunque esto no es exclusivo del morenismo, así en éste sea más visible. Alejados de las redes sociales y de su círculo íntimo de referencia, gobernantes de todos los colores nomás no se hayan, cómodos en sus cajas de Petri en las que no caben las otras realidades que, gane quien gane, permanecerán; inmunes a las promesas electorales y a las encuestas (incluidas las de su popularidad) a las que la inseguridad, la anomia, la desigualdad, la sequía y la desconfianza les confieren un mérito marginal, meramente anecdótico. Para observar lo que para ellas y ellos son las manifestaciones válidas de la realidad, y para comprender la magnitud que otorgan a sus logros, también los de sus campañas electorales, necesitamos un microscopio, o bien quedarnos deslumbrados por las encuestas. Al final, como cantó Caifanes: “afuera tú no existes, sólo adentro”.agustino20@gmail.com