Tan simpático engendro responde al sinfónico y elegante nombre de Brahms, según consta en la placa que pende del collar en su cuello; es un morenazo de pelo lustroso, de casi un metro de alzada y es la criatura más amorosa con la que me he topado en estos tiempos más violentos que título de película de Tarantino.El ente peludo llegó hace algunas semanas así nomás, como las visitas inesperadas, pero bien acogidas, a dar vueltas por la casa que eventualmente visitamos en el Bosque La Primavera, olfateando e inspeccionando los alrededores, haciéndose el simpático y meneando frenéticamente el rabo en un descarado afán de hacerse merecedor de un trozo de carne asada a la que mi buen diente tuvo que renunciar, hasta verlo perderse en las fauces del glotón que se lo ganó con la pura mirada de sus ojos grandes y melancólicos.A partir de ahí, mi corazón de pollo no tuvo arrestos para cuchilearlo u obligarlo a irse por donde llegó, de modo que el animal nos adoptó como compañía para pasar el resto de esa tarde dominical, hasta que abandonamos la finca para regresar a la ruidosa y contaminada ciudad. Huelga decir que el corazón se me alcanzó a apachurrar cuando aquel ejemplar zalamero y juguetón flanqueó nuestro éxodo hasta que nos perdió de vista a bordo del auto, pero ni el intento hice de seguirlo acogiendo porque, supusimos por sus accesorios, pertenecía a un amo descuidado que en todo el día no extrañó su presencia ni salió a procurarlo.La charla de regreso no discurrió por otro tópico que no fuera el abandono al que son sometidas muchas mascotas, cuando crecen y pierden la gracia cachorra que motivó su irresponsable compra. Se antoja imposible pensar que abundan los desalmados que, al cabo de un año o dos de fiel compañía, no encuentran manera más cruel de deshacerse de un animal que se les ha vuelto un estorbo, que llevarlo a “tirar” lejos de casa, abandonándolo al recurso de cazar o ser cazado por otros de su especie que, por una experiencia similar, se han agrupado en jaurías salvajes que merodean la zona para procurarse la supervivencia.Cuando regresamos, a la semana siguiente, mientras leía una revista en nuestro pacífico remanso, me quedé dormida hasta que los vigorosos coletazos de un perro me despertaron con un buen susto, que desapareció en cuanto reconocí a Brahms que estaba de regreso, quizá en busca del afecto que le quedó pendiente desde su primera visita, o porque le gustó el taco de carne asada que entonces me escamoteó.Lo que les cuento ocurrió durante los últimos días del año pasado y, desde entonces, la mascota que me adoptó por los fines de semana no ha faltado a su cita y es hora que sigo sin conocer su domicilio o dueño, si es que existe tal, pero es un animalote tan cariñoso y bien portado, que hasta con pendiente me tiene cuando no aparece. Con gusto lo habría adoptado, pero mi casa no da para albergar un ejemplar de sus dimensiones y además se encuentra previamente sitiada por un par de felinas ferozmente territoriales que también rescatamos y que, al cabo de siete años de convivencia, a duras penas se toleran entre sí.No obstante, me alegra que la cultura del buen trato hacia los animales y la dinámica de la adopción hayan adquirido un auge más o menos reciente.