Aun para quienes no tuvieron el privilegio de ser, en sentido estricto, sus discípulos, Víctor Cuéllar fue, en toda la acepción del vocablo, un maestro.Su muerte, la semana pasada, ensombreció por un instante la vida de sus allegados: su esposa, sus hijos; sus amigos; las legiones de alumnos que tuvo en medio siglo de carrera como maestro en el Instituto de Ciencias y en otras instituciones en que desarrolló una vocación que se manifestó desde una etapa aún temprana de su vida: en sus años de estudiante de preparatoria, en el mismo colegio, al que llegó después de una etapa en el seminario salesiano, del que salió con la convicción de que la docencia, a la que se consagraría en cuerpo y alma, es una forma de sacerdocio que en nada desmerece ante ninguna otra.-II-Para sus condiscípulos, “Cuéllar” fue un modelo de estudiante que coleccionó merecidamente todas las distinciones que pueden alcanzarse por obra y gracia de su desempeño descollante y su conducta irreprochable. Uno de los apodos que se ganó entre sus compañeros de aula, lo retrataba de cuerpo entero: “Eminencia”.Víctor era sobresaliente en el aula por su aplicación para los estudios, y en el patio de juegos o en la cancha por su aptitud para los deportes.Formó parte del anecdotario de su generación un encuentro de basquetbol entre la Selección del Colegio y su similar del Colegio del Aire: avanzado el partido, los cadetes reflejaban claramente su superioridad en el marcador. Ya en la recta final, “Cuéllar” dejó la banca y entró en acción. En unos minutos, a base de velocidad y picardía, dio la vuelta a la pizarra. Fue el héroe de la jornada. Refugiado en la modestia, explicaba así su hazaña: “Es que ya los agarré cansados”… Después se supo que los futuros aviadores fueron sancionados por sus superiores, por haber sido derrotados -y lo peor: exhibidos- por “ese enano”.-III-Un “enano” que, además, cantaba con una espléndida, potente y bien timbrada voz de tenor; que fue Corneta de Órdenes y compositor de una marcha en la banda militar del colegio, y que en los últimos años de su carrera, jubilado ya del Instituto, siguió sembrando el amor por la literatura y cosechando afectos incontables en la Escuela de Escritores.Diderot escribió que “La inmortalidad es una especie de vida que adquirimos en la memoria de los hombres”. Miles de alumnos de Víctor Cuéllar lo avalan, ciertamente.