Viernes, 22 de Noviembre 2024

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A ver cómo ne lo comprueban

Por: Paty Blue

A ver cómo ne lo comprueban

A ver cómo ne lo comprueban

En mi calidad de videófila compulsiva, recurrente, contumaz e irredenta, particularmente ahora que, en cuanto me levanto y me baño ya me desocupé, habré visto alrededor de dos millonadas de películas y series sobre fraudes, crímenes y delitos varios que, según se consigna en su argumento, en tanto no existan pruebas fehacientes y documentadas de que se cometieron, sencillamente no ocurrieron, ni hay manera de que doña justicia ajuste cuentas.

Quizá la abultada cifra de los productos audiovisuales que he consumido suene un tanto exagerada, y honestamente no estoy tan de a tiro ociosa como para llevar un buen tanteo, pero en definitiva me he adjudicado  las suficientes tramas para convencerme de que en cada historia, si no se cuenta con los análisis e indagaciones pertinentes, y además éstas se hacen constar en un papelito de los que “hablan”, ninguna acusación procede ni agarra cauce legal.

Con semejante preámbulo no trato de justificar las actuales medidas gubernamentales sobre las acusaciones criminales sin fundamento, que para eso están los expertos opinadores que por estos tiempos abundan como ductos huachicoleados, sino manifestar lo contenta que estoy de que, por el momento y sabrá Dios por cuánto tiempo más, gozaré del privilegio de no ser confundida como miembro del venerable sector que destaca por encima de las seis décadas de edad, sencillamente, porque el formato oficial que lo haga constar no se encuentra disponible y nadie sabe dar razón como para cuándo podré andar por la vida sin mi acreditación formal como viejita.

Todo ocurrió por el cívico mosco que le picó a mi cónyuge, cuando decidió beneficiarse con su actual estado de pensionado aplicando buena parte de su tiempo en ordenar la vasta documentación familiar. En el proceso, advirtió que nuestra actual credencial de la tercera edad fue emitida por el DIF, y no por el INAPAM, como corresponde para ser reconocido como anciano en todo el territorio nacional, cosa que a mí me trae con soberano pendiente. Así que, tras consultar la página de Internet de la instancia correspondiente, ésta nos remitió al recinto ubicado en la Avenida Patria.

Hasta allá llegamos, después de salvar la reconvención de un empleado por intentar meternos a un estacionamiento que no nos correspondía, seguida de una escalinata poco apta para usuarios en la edad de oro y a un vigilante mofletudo y poco cortés que censuró a mi hermana por encender un cigarro en cuanto puso un pie en la espaciosa explanada de ingreso, como a medio kilómetro de la puerta de entrada.

En cuanto recuperamos el aliento, expresamos nuestras intenciones a la amable recepcionista, sólo para enterarnos de que el susodicho trámite ya no se realiza ahí, sino en las antípodas ubicadas allende la Normal pero que, por el cambio de administración, tampoco ahí les ha llegado el formato pertinente para obtener tan preciado e infaltable documento, sin el que no podemos gozar de los beneficios que otorga. Por su dulce labia nos enteramos también que ni nuestra credencial anterior, ni la de mi hermana que fue expedida por el INSEN, aunque carecen ambas de fecha de vencimiento, sirven para algo más que hallar asiento en el basurero, porque han perdido su vigencia.

Aunque confundida, desorientada y con un entripado en ayunas, me retiré de ahí con el gozo que provoca saber que, ni por mis arrugas, canas, paso lerdo y credencial del INE en donde consta mi año de nacimiento, me podrían comprobar legalmente que soy una anciana. 

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