He de reconocer que los charros siempre me han despertado una fuerte fascinación, aunque también que algunos han sido motivo de una gran desilusión.Uno de los primeros contactos fue una tarde de lluvia en una salita de juego que había en el añorado Círculo Francés. Mientras nosotros jugábamos dominó de a pellizquito en la sala general, en la otra se apostaban a la baraja fuertes cantidades. A ella se accedía también por una puerta trasera que daba a la calle de “Prisciliano Sánchez” y por ella entraron unos malandrines que despojaron a cinco bigotudos charros bien atildados como tales de todo su efectivo y de llamativos relojotes.El alboroto atrajo a toda la concurrencia, pero en especial a mi compañero de juego que era periodista… el espectáculo de los despojados charros era desolador, pero lo que más recuerdo era lo regordetes que eran, lo empistolados que estaban y las copas de cognac. Yo pensaba entonces que un charro de verdad debía estar presto a usar la fusca y, sobre todo, estaba obligado a beber tequila.Por fortuna, luego tuve otros acercamientos en los lienzos correspondientes y la desilusión inicial se tornó en admiración por lo que hacían. Tal fue el caso que incluso, indignado porque en el estado de Hidalgo se atribuían la paternidad de la charrería preparé lo más concienzudamente que pude un libro para mostrar y demostrar que la charrería procedía de los Altos de Jalisco y de su vecino Aguascalientes.Otra desilusión sobrevino al darme cuenta de que muy pocos charros lo leyeron y han dejado que se imponga la literatura charra del Centro de México, fatua y con mínima o nula profundidad histórica.Sin embargo, sin ser buen jinete, aunque no ajeno del todo a la monta y, sobre todo, al recorrido de grandes distancias serranas trepado en pacíficos cuadrúpedos y cuadrúpedas, realmente me produce un gran gozo la imagen de esos hombres a caballo y, sobre todo, lo que son capaces de hacer sobre el animal y con la famosa reata, que es un distintivo muy original y revelador de que el charro se forja en la cría y el trasiego de hatos a grandes distancias y por espacios muy abiertos, como las que median entre Los Altos de Jalisco y las antiguas minas de Zacatecas y de Durango.Bien sabido es que su explotación no se habría podido realizar sin que los jinetes de Jalisco y del Sur de Aguascalientes aportaran los semovientes que abastecían del cuero para las correas, el sebo para que estas se deslizaran bien y duraran más y la carne que proporcionaba las proteínas para la dureza de las faenas aquellas.Su gran sombrero también es típico de viajes por espacios muy abiertos que requieren de protección mayor del Sol y la lluvia y de un buen auxilio para azuzar el ganado.(jm@pgc-sa.com)