De seguro, y tomando nota para hilvanar sus crónicas, andará observando el paraíso con detenimiento, husmeando por todos sus rincones, averiguando si san Pedro tiene barbas y los ángeles son como los pintaron desde la Edad Media. Nomás llegando, quienes la rodeen se darán cuenta de que esa dama rechoncha y dicharachera no es una más de los simples mortales que a diario llegan en busca del asilo eterno, sino una mujer sonriente, cálida y afectuosa que mucha falta hará en la Tierra a quienes la conocimos y coincidimos con ella en diversos ámbitos y espacios.En oficios como la docencia, el periodismo y la radio, Sunny Montoya dejó a su paso una huella que pervivirá en la memoria de tantos tapatíos como la conocieron en las aulas, atendieron a sus conferencias, le acompañaron en sus excursiones, leyeron sus textos en el periódico o pegaron la oreja a la radio para no perder detalle de sus intervenciones en su ya mítica intervención radiofónica.La conocí hace algunos ayeres en el Iteso, como egresada y pedagoga de altos vuelos y siempre llamó mi atención su pasión por la historia y el arte pero, sobre todo, su sencilla habilidad para transmitir sus conocimientos y hallazgos con ese contagioso entusiasmo que le era tan característico como su preocupación por las causas sociales en todo el orbe, su profunda religiosidad que compartía por medio de sencillas reflexiones y su exultante afición por las Chivas rayadas que tan feliz la hicieron “regalándole” dos campeonatos.Especialista en el manejo de las relaciones interpersonales, amante del buen comer y mejor beber, esta maestra y viajera culta, sensible e incansable vivió a su entrañable manera con una envidiable plenitud que concluyó el pasado jueves, a dos semanas de alcanzar los 74 años de edad, dejando una estela de seguidores que mucho extrañaremos su “Pata de perro”, la emisión sabatina que compartió con Talina Radillo, su cómplice por varios años frente al micrófono de Radio Metrópoli, en donde la cultura, el arte y las tradiciones locales, regionales y mundiales se volvieron un asunto accesible y de fácil digestión, gracias al afable carácter y sentido del humor de la inolvidable Sunny, quien con su voz grave y distintiva enjundia compartía el relato de cuanto había visto, sentido, conocido y saboreado en todos los rumbos por donde anduvo.En lo particular, y como miembro de su distinguido gremio de glotonas conocidas, atesoro las sugerencias culinarias que siempre dispensó para orientar a los viajeros y que iban, desde el mantecoso pollo placero que se encuentra en Pátzcuaro, hasta el platillo más sofisticado y exquisito que se puede encontrar en París; desde el tepache casero y su forma de prepararlo, hasta el más pomposo de los vinos de diferentes zonas europeas. Mención aparte y hasta la edición de un compendio ilustrado merecerían sus recetas para preparar la botana del día y que, con aquel tono tan singular y sabroso que imprimía a su descripción, incitaba a despegarse del radio para salir en busca de los ingredientes para elaborarla.Así que, con esa profunda tristeza que pega hondo cuando alguien tan grande se va, asumo que mucho extrañaré a Sunny y sus deliciosos comentarios como parte de mi entorno más cercano. Ahora sí que su “Pata de perro” se la llevó bien lejos y sin posibilidad de tener su crónica de regreso.