Así se tituló una película norteamericana rodada en 1962. Se filmó en una localidad española cercana a Madrid, y tuvo por protagonistas a Charlton Heston y David Niven.Al estilo de las mejores películas del oeste en que la magia del cine hacía que los espectadores se pusieran del lado de los vaqueros y en contra de los apaches, en esta película, los asistentes se ponían del lado de las potencias extranjeras y en contra de los chinos, sólo que, tanto en aquéllas como en ésta, los verdaderos héroes eran los que el cine hacía parecer villanos. Tanto los apaches como los chinos defendían su territorio de la invasión extranjera.En efecto, 55 días en Pekín narra la parte final de la guerra de los “bóxers”, es decir, la guerra de guerrillas que campesinos chinos hacían para expulsar de su territorio a los invasores extranjeros, liderados por Inglaterra, en coalición con Japón, Estados Unidos, Alemania, Francia, Rusia, y otros países más que, en ese momento, actuaban como verdaderos buitres en relación a China.Es increíble cómo en el momento del estreno de la referida película, el público, nada informado sobre el hecho histórico, sufría en carne propia las exiguas victorias de los bóxers, y aclamaba como su propio triunfo el éxito de los invasores. Desde luego, la película nada decía de las masacres perpetradas por las potencias vencedoras sobre la población civil y que duraron tres días.Desde mediados del siglo XIX, Inglaterra había ya librado dos batallas en contra de China, porque el Gobierno chino había decidido combatir el tráfico de opio, un negocio millonario que llevaban adelante, abiertamente, los representantes de su majestad británica. Inducir el consumo de opio en la población local fue la estrategia inglesa para recuperar la plata que pagaban a cambio del té, las consecuencias para la gente fueron devastadoras, pero China no tenía la tecnología militar desarrollada por los británicos para enfrentarlos en igualdad de condiciones, así que no hizo sino perder todas las batallas que emprendió, y encima pagar onerosos gastos de guerra que le impusieron sus vencedores. Lo que hicieron en China los ingleses y después sus aliados, es una vergüenza histórica de la que poco se habla, un atropello que rompía todas las reglas de la guerra, y la mejor manera de mostrar al mundo que la fuerza bruta seguía teniendo poder decisorio aunque se disfrazara de smoking o frac.De la manera que pudo, China superó cien años de imposiciones extranjeras, y luego de un largo y penoso esfuerzo ha logrado ser de nuevo poderosa y respetable, pero las potencias occidentales no han logrado todavía ser honestas y confiables, lo vemos todos los días cuando analizamos los recursos sucios, la manipulación informática, las insinuaciones calumniosas que el poderío occidental lanza una y otra vez en contra de China, bajo el liderazgo norteamericano.No es una lucha entre poderes hegemónicos, como nos hacen pensar, sino entre diversas maneras de entender un nuevo orden político mundial construido no en base a una hegemonía dominante, como ha sido lo típico en occidente, sino en la línea del multilateralismo, postura que ha sido defendida por Alemania, Rusia, China, y el Vaticano, pero que otras naciones no aceptan, aferradas como están en mantener un dominio unilateral del planeta.