En lo que se activan los protocolos conducentes a despejar todas las dudas surgidas a raíz del “Caso Víctor Guzmán” que intempestivamente desvió la atención de analistas y aficionados, de los temas deportivos propiamente dichos, amables por naturaleza, a otros más escabrosos, es casi seguro que habrá consenso en la necesidad de tomar medidas para asegurarse, hasta donde es posible, que situaciones de esa naturaleza no se repitan… * Sobre la cabeza de Víctor pende actualmente la espada de Damocles: una suspensión hasta de dos años si del análisis de la segunda muestra se desprende que, en efecto, consumió la sustancia prohibida reportada tras las pruebas de laboratorio realizadas a la primera, y hasta de cuatro años si hubiera indicios de que esa hipotética ingesta se realizó con la intención deliberada de incrementar su rendimiento deportivo.La sanción, si llegara a aplicarse, llevaría, como todas las penas establecidas en todas las legislaciones del mundo, una intención ejemplarizante: disuadir a quienes quisieran hacer algo similar. * En todo caso, en lo que Guzmán, sus abogados y la directiva del Pachuca —el club en que militaba al advertirse la irregularidad señalada— desahogan el proceso orientado a probar su inocencia, convendrá subrayar un dato que “brincó” a muchos observadores: el supuesto positivo del jugador a una sustancia prohibida se descubrió tras el partido de la cuarta jornada del anterior Torneo de Apertura, celebrado el 10 de agosto… y el resultado sólo se hizo público, abiertamente, el pasado lunes 13 de enero; es decir, cinco meses después.Puesto que los exámenes de laboratorio que detonaron esta “bomba” se realizaron en Cuba, se infiere que en México no hay o que la Federación Mexicana de Futbol carece de los mecanismos o los recursos adecuados para disponer de los resultados de esos exámenes con más celeridad, no sólo al efecto de sancionar una conducta inapropiada, sino, principalmente, de evitar las consecuencias, funestas para la salud, de una práctica perniciosa. * Además, sigue vigente la duda: ¿será creíble que entre los cuatro jugadores —dos por cada equipo— que supuestamente se someten al examen antidoping después de cada partido (ocho o nueve en cada jornada, para un total de 32 ó 36 por cada fecha, de 576 por torneo y de 1152 por temporada), todas las conductas hayan sido angelicales y no se detectara una sola anomalía —una siquiera— susceptible, al menos, de investigación…?