Varias veces lo dijeron los dirigentes del Guadalajara cuando Matías Almeyda aún estaba con “Chivas”: habían aprendido la lección de sus reiterativos errores del pasado: darle continuidad al trabajo del técnico…La gran pregunta –“the question”, diría Hamlet— es si la convicción de que hay que darle tiempo al entrenador para ver los frutos del proceso, sigue vigente con José Saturnino Cardozo, no obstante la reiterada incapacidad de los rayados para conseguir resultados en consonancia con las ilusiones de sus dirigentes y las exigencias de sus simpatizantes, más las presiones que ya empiezan a ventilarse por ahí para aplicar la vieja fórmula: “Cuando un equipo se muere, el técnico es el culpable”.*La decisión de apoyar a Almeyda, a capa y espada, se dio a partir de un antecedente: cuando el equipo anduvo de capa caída durante los dos torneos anteriores, Matías ya había conseguido un campeonato al frente del mismo. Lo ganó –vale recordarlo— no precisamente porque el Guadalajara hubiera sido el mejor equipo en esa campaña, sino porque el sistema de competencia vigente en el futbol mexicano ocasionalmente castiga al mejor –¡se ha visto muchas veces!— en beneficio de equipos que llegan a la “liguilla” con un menor bagaje de merecimientos.*Una vez que Almeyda decidió desvincularse del equipo –acaso porque calculó que no había en el plantel la materia prima para hacer efectivo el sueño de sus dirigentes, de “iniciar el ciclo de un nuevo Campeonísimo”—, Cardozo aceptó recoger la estafeta… No lo hizo por iluso: lo hizo por valiente; lo hizo con pleno conocimiento de que llegaba a un equipo con potencial, ciertamente –merced, sobre todo, a su avasalladora popularidad—... pero sumido, en ese momento, en una severa crisis.Perder dos, tres o cuatro partidos puede ser cuestión de mala suerte: una mala racha, probablemente pasajera; llevar, como ahora, ocho derrotas y tres empates en once apariciones en su cancha, y una seguidilla de malos resultados desde el ya lejano 28 de octubre del año pasado, sin pasar a cuchillo a los extraños enemigos que se atreven a profanar con su planta la cancha de su estadio, es señal de que el plantel de que dispone actualmente no está a la altura de las exigencias.En otras palabras: si no hay guisado de liebre, no es porque no haya cocinero: es porque no hay liebres.