Mientras en Torreón celebran —en todo su derecho— la coronación del Santos Laguna (no por sorpresiva menos legítima, valga la reiteración) en el Torneo de Clausura; mientras los dirigentes de Monterrey, “Tigres”, América, Tijuana, León, Pachuca y hasta Cruz Azul —ausente en la “Fiesta Grande”, pero de ninguna manera resignado a eternizarse en esa calidad— toman medidas para detectar sus puntos débiles y actuar en consecuencia, el panorama, al menos hasta ahora, no se vislumbra nada promisorio para los representantes del terruño que, en los tiempos en que se amarraba a los perros con longaniza y no se la comían, se preciaban —con los pelos de la burra parda en la mano, por lo demás— de tener “el mejor futbol de México”.*En efecto: las noticias disponibles hasta ahora llevan de la mano a la conclusión de que los dirigentes de Guadalajara y Atlas (o Atlas y Guadalajara, que “tanto monta…”), más que reforzar, están debilitando sus planteles; más que apuntalarlos para recuperar su añejo prestigio, parecen debilitarlos, resignados a seguir navegando a la deriva, al menos en las dos próximas temporadas para las que ya está tomada la decisión de suprimir el descenso, en el inmenso mar de la mediocridad.Rodolfo Pizarro, en el Guadalajara, y Milton Caraglio, en el Atlas, deberían haber sido sendos jugadores intransferibles. No puede interpretarse como síntoma de sus limitaciones el naufragio de sus equipos durante la más reciente campaña, hasta el punto de ser inquilinos casi permanentes de la parte baja de la tabla. Si esto último sucedió fue a pesar de la contribución que uno, con su calidad, y el otro, con su contundencia, hicieron a sus respectivas causas.*Ya se sabe que el futbol es, por sobre todas las cosas, una industria; que, como buena industria, se rige por las leyes del mercado; que todos los futbolistas tienen un precio, por una parte, y, por la otra, una ilusión vinculada con la perspectiva de cambiar de aires al efecto de alcanzar más gloria y más fortuna… Guadalajara y Atlas, en esas condiciones, no tienen más que doblar las manos cuando aparece, cheque en mano, un comprador decidido a cubrir la cifra que aparece en la etiqueta de la mercancía —permítase la expresión— que le interesa.Colofón: Si vivieron años de lanzar cohetes, hay señales de que hoy viven años de recoger varas…