Es ley de la vida, aplicable al futbol: “Si el enfermo se muere…, el médico es el culpable”.La decisión tomada por los directivos del Atlas, de despedir a Rubén Omar Romano tras perder en Veracruz, el domingo, con claridad en el marcador (3-1), un partido que, como alegaba el ahora entrenador defenestrado, pudo haberse empatado si inmediatamente antes del tercer gol se hubiera concedido un penalti a favor y el encargado de ejecutarlo lo hubiera convertido; la drástica determinación, decíamos, no fue consecuencia de que los rojinegros se fueran al purgatorio de la ahora llamada “Liga de Ascenso” por cuarta vez en su historia. Ni siquiera se debió a que la derrota del domingo hubiera tornado crítica la situación, ciertamente incómoda, del equipo…*Se explica el malestar de Romano por “las formas” en que se consumó su despido. A sabiendas de que el triunfo en Veracruz no estaba garantizado, y de que la derrota complicaría las cosas, había elementos de juicio para confiar en que el Atlas conservara la categoría. Y había también, por lo que se infiere de las declaraciones de Rubén, confianza en encomendarle el proyecto correspondiente a las dos próximas temporadas, en que casi seguramente no habrá descenso…, pero tampoco se trata de tirarse en el diván a rascarse la barriga, porque se supone que al restablecerse el descenso volverán a contar los resultados de esos torneos de transición para efectos de la tabla de cocientes.*Es probable que en el fondo de la decisión esté la idea de poner los proyectos a mediano plazo del equipo en otras manos; es posible que el técnico al que se encomiende la empresa ya tenga nombre y apellido, e incluso que se gestione ya la contratación de los refuerzos que él solicite… aunque, por guardar las formas (que no se respetaron para cesar a Romano) el anuncio correspondiente se haga hasta el final de la temporada.A reserva del desenlace de la historia, es deseable que el tormentoso episodio haya dejado alguna experiencia a los dirigentes del Atlas y al propio Romano, considerando que ambos se precipitaron: aquéllos al despedir al “Profe” Cruz cumplidas apenas dos jornadas del campeonato para llamar al primer “bombero” que se les ocurrió; y Rubén al comprar un pleito ajeno, con escasísimas perspectivas de éxito… y comprometerse con un proyecto desprovisto, a todas luces, de pies y cabeza.