Elocuente botón de muestra -¿hacía falta…?- de que “una gráfica dice más que mil palabras”, la publicada ayer en varios medios, como si todos ellos se hubieran puesto de acuerdo en que era la más adecuada para ilustrar el dolor y el desencanto que dejó entre sus legiones de seguidores la derrota del Guadalajara, el domingo, en su propia cancha, ante el Necaxa…Oribe Peralta en el piso. Sentado. Con la mirada clavada en el pasto…Cualquiera puede figurarse el entorno. Para empezar, la frustración. Hugo González, portero del Necaxa, le había tapado, a muy corta distancia, un remate a gol: el único que consiguió en todo el partido; el que hubiera significado un empate (2-2) con sabor a triunfo, ya en los minutos finales del partido que las “Chivas” perdían por 2-0 al descanso. A continuación, la contrariedad porque la exclamación esperanzadora que acompañó al lance, se transformó, en una fracción de segundo, en silbidos y abucheos de desaprobación de sus propios simpatizantes: una cosa es que apoyen a su equipo, no sólo en las buenas cuando las hubo, sino también en las malas que han sido las más después de la última conquista de un título, y otra que no tengan derecho a reaccionar como lo hicieron.Adicionalmente, la propia historia de Oribe…Para empezar, el antecedente de haber sido uno de los mejores atacantes mexicanos de los últimos años: goleador en sus campañas con Morelia, León, Monterrey, Santos Laguna, Jaguares y América, y pieza importante con este último aún en los torneos en que perdió la titularidad, un poco relegado por el cartel de otros jugadores, y un poco -¿qué tanto…?- por el peso implacable de los años. Después, el ruido mediático ocasionado por su sorpresiva transferencia al Guadalajara, de la que se dijo que sería un gran negocio para las tres partes… sin que quede claro, al menos hasta ahora, el beneficio para las “Chivas” en materia de resultados, y para el propio Oribe en materia de prestigio.Por supuesto, no se trata de hacer leña del árbol caído. De hecho, es deseable que aplique, más bien, la frase de Donoso Cortés (“Así como el caído tiene opción a levantarse…”); aunque, como se vislumbra actualmente el panorama, parece poco probable que esta historia prometa el final feliz de las películas románticas y de los antiguos cuentos de hadas.