Poner el acento en los desaciertos del árbitro —que los hubo, ciertamente— y soslayar los errores defensivos que regalaron sendos goles al adversario y pusieron el marcador en contra por 2-0 cuando apenas se habían jugado 16 minutos de un partido que era punto menos que obligatorio ganar para mantener viva la ilusión de aproximarse al título que al Atlas se le niega desde hace 66 años por una especie de maldición gitana que no consigue sacudirse ni con veladoras ni con brujerías, es —valga la analogía— aferrarse a ver la paja en el ojo ajeno... y negarse a ver la viga en el propio.*Los analistas del arbitraje —antiguos árbitros muchos de ellos, implacables para condenar errores como los que ellos mismos cometían para atar en la cancha lo que atado quedaría en el Cielo— coinciden en que Luis Enrique Santander dejó de sancionar dos penalties contra el Monterrey en el partido del jueves…Antes de asumir que sin esas “escandalosas (a su parecer) omisiones”, el Atlas habría ganado el partido, cabe señalar, primero, la posibilidad de que Caraglio o Márquez o cualquiera de sus compañeros también fallaran; y después, que nadie puede garantizar que el Monterrey, con el marcador en contra, hubiera tirado la toalla.*Para el partido de vuelta, el domingo por la tarde, las perspectivas están muy claras: el Atlas puede enderezar lo que empezó a torcerse el jueves, siempre y cuando sus defensores no cometan pecados como los de Salas y Reyes en el juego de ida —que se pagaron con la costosa penitencia de los goles.. y, al fin del cuento, la derrota—, y que sus atacantes concreten, sin excusa ni pretexto, las oportunidades de anotar que seguramente se les presentarán.Por lo demás, el “Profe” Cruz y los rojinegros más aferrados a la hipótesis de que el árbitro —y no el rival— fue su verdugo en el partido de ida, pueden tener la certeza de que el silbante designado para el de vuelta tampoco hará el partido perfecto… pero ni la mínima idea de cuál será el equipo beneficiado y cuál el perjudicado por sus errores.*Colofón: Quizá venga al caso la frase que, según la leyenda, escuchó Boabdil, el último rey moro, de labios de su madre, tras la pérdida de Granada: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”.