Sábado, 30 de Noviembre 2024

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-Pena capital

Por: Jaime García Elías

-Pena capital

-Pena capital

Contra lo que pudiera pensarse, es noticia que la Iglesia católica esté en vías de pronunciarse, de manera rotunda y categórica, contra la aplicación de la pena capital, invocada, en cambio, por los partidarios de correctivos “ejemplares” contra los autores de delitos tan monstruosos como el asesinato y el secuestro. La modificación en curso al artículo 2.267 del Catecismo -por definición, “compendio de la doctrina cristiana”-, tilda de “inadmisible” lo que anteriormente cabía cuando fuera “el único camino aceptable para la protección del bien común”.

-II-

Si el Cuarto Mandamiento del código moral por antonomasia establece categóricamente “no matarás”, se infiere que el mandato no admite excepciones… aunque Yves Congar (fraile dominico y teólogo católico [1904-1995], considerado uno de los artífices del Concilio Vaticano II) argumentara que el precepto del decálogo “está dictado en el contexto de una referencia a la muerte causada por la violencia de un hombre contra otro hombre, no a la que proviene del legítimo ejercicio de la justicia” por parte de la autoridad -valga la redundancia- legítimamente constituida.

Sin embargo, amén de que la pena de muerte se aplica en más de 50 países, dentro de la propia Iglesia, históricamente, ha habido voces a favor de la más drástica e irreversible de las penas posibles. En “Pena de Muerte Ya” (1986), Monseñor Emilio Silva -decano de la facultad de derecho de la Universidad “Gama Filho”, de Río de Janeiro, y miembro fundador de la “Sociedad Brasileña de Filósofos Católicos”, entre otras cosas- consigna que “desde los comienzos de la humanidad, en todos los pueblos existió la pena capital”; apunta que, en el Génesis, (supuestamente) dice Dios a Noe: “El que derrame la sangre humana, por mano del hombre será derramada la suya”; en el Éxodo se establece que “El que hiera a otro y lo mate, será castigado con la muerte”; en el Levítico, que “la sangre (del inocente) contamina la tierra, y no puede la tierra purificarse de la sangre en ella vertida sino con la sangre de quien la derramó”. Subraya, en fin, que Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, sustenta que “la muerte de los malhechores no sólo es lícita, sino necesaria, cuando son perniciosos y peligrosos para la sociedad”, y que “el individuo en la sociedad está ordenado al bien de ésta, y deberá ser sacrificado a ella si fuera necesario”.

-III-

Moraleja de la historia: si es de humanos errar…, es de sabios enmendar.

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