Miguel Herrera tiene razón: “Si (el árbitro) tiene duda, que vaya a la televisión a revisarla…”.Es probable que su manera de decir las cosas no sea un modelo de corrección estilística ni dialéctica. Sobre todo cuando pierde-como el domingo en Toluca-, los reporteros van a la segura: habrá nota… Cuestión de acercarle el cerillo, soltándole cualquier pregunta relacionada con el arbitraje, para que el técnico del América -que ha dado abundantes pruebas de tener la mecha corta- suelte un torrente verbal incontenible.Otros entrenadores -Enrique Meza, por ejemplo- optan por la moderación. Cuestión de caracteres… Han aprendido que, en su oficio, pensar lo que se dice es más práctico que decir lo que se piensa. Primero, porque casi nunca sucede que denunciar un vicio contribuya a erradicarlo. Y luego, porque los reglamentos del peculiar mundillo del futbol contienen la amenaza latente de represalias -multas, suspensiones…-- contra los “vociferamentativosos”.*El domingo, al explayarse en sus críticas a Luis Enrique Santander, Herrera no se guardó nada de lo que almacenó en su pecho conforme las decisiones arbitrales, adversas para los intereses de su equipo, se sucedían. Como consecuencia de tales declaraciones, la Comisión Disciplinaria ya anunció que “abrió un procedimiento de investigación” y que en su oportunidad emitirá “la resolución correspondiente”.Puesto que en las declaraciones de Miguel no hubo -hasta donde pudo apreciarse- expresiones que impliquen “ofensa, menosprecio o agravio” contra el presidente de la Comisión de Arbitraje, Arturo Brizio, (lo más fuerte fue “que se calle y se ponga a trabajar”), parece difícil que la Disciplinaria encuentre elementos para sancionarlo.*Brizio, por lo demás, buen árbitro como fue, sabrá separar la paja del grano: entender las circunstancias que motivaron el enojo del entrenador americanista, comprensibles…, y rescatar la parte medular de su mensaje: que los árbitros -Santander y sus colegas- corrijan la fastidiosa costumbre de interrumpir los partidos para escuchar los comentarios y opiniones de los responsables del VAR, y acudan al monitor, revisen el lance polémico y decidan por sí mismos.Se ganaría tiempo; se robustecería el principio de autoridad, porque el mismo silbante ratificaría o rectificaría la decisión dudosa, y se cumpliría la intención con que el traído y llevado VAR fue implementado: despejar dudas y reducir, en consecuencia, el margen de error de los fallos de los árbitros (“buenos ladrones -cabe recordarlo- crucificados en medio de dos cristos”).