La crítica, en el futbol y en todos los órdenes de la vida, lo mismo puede ser severa que benévola; en cualquier caso, será respetable. Todo depende del talante, la autoridad moral y la cultura de quien la ejerce. Vale lo anterior para quienes desempeñan, en los medios de comunicación, con el crédito que les otorga haber sido árbitros profesionales en México, el rol de críticos del arbitraje.Cabe hacer la salvedad de que no todos los que han abrazado esa modalidad -a partir de Don Arturo Yamasaki en estas mismas páginas- han estado (o están) a la altura de lo deseable. Sin dar nombres, a cambio de los que se han significado por su mesura y su dominio de las reglas, otros, que como silbantes se caracterizaron por protagónicos, honraron el adagio de “genio y figura…”, y, por ese mismo afán, empañan su desempeño.*Al grano: en el partido América-“Tigres” del jueves en el Azteca, a raíz de una acción en que el silbante Fernando Guerrero, en los minutos finales, no concedió la ley de la ventaja, señaló una falta cometida afuera del área propia y arruinó un prometedor contraataque a los “Tigres”, el analista del trabajo arbitral, ex árbitro también, calificó de “marranada” la decisión de Guerrero.Si “marrano”, en sentido figurado, es “el que obra con mala intención”, vale suponer que esa connotación quiso darle el crítico en cuestión.Por supuesto, si Guerrero ya no aparece en ningún partido de la fase culminante de la “Liguilla” -cuatro de Semifinales y dos de la Final-, cabrá la hipótesis de que sus superiores le aplicaron una sanción por lo que seguramente merece calificarse de grave error, al beneficiar al infractor y perjudicar al adversario estropeándole la posibilidad de acrecentar las cifras de su victoria.*El crítico de Guerrero, como todos sus colegas -tanto los analistas del trabajo arbitral como los árbitros- estuvo, en la cancha, y está, frente a cámaras y micrófonos, en la cuerda floja: a riesgo de equivocarse en cada decisión, en la cancha, o en cada opinión, ya en los medios.Es reprobable, por decir lo menos -y poco educativo para el público, además- que, acaso por mero afán de notoriedad, antes de buscar una explicación razonable para el error de su colega, le lance, a matar, la primera piedra… sin nada que lo acredite como libre de pecado.