Llegó la hora… Una vez cerrado el paréntesis que debió abrirse para permitir la participación del Monterrey en el Mundial de Clubes, con los honrosos resultados que son del dominio público, los dos episodios de la Final del Torneo de Apertura se atraviesan en la fase culminante de las fiestas decembrinas -Navidad y Año Nuevo-, sin que haya, hasta donde puede vislumbrarse, un claro favorito…Algo irrelevante, por lo demás. Han sido tantas las ocasiones en que los patos le dispararon a las escopetas en esta etapa de la historia, que sería inexacto señalar que esas han sido, precisamente, las excepciones que confirman la regla.*Las peculiaridades del sistema de competencia vigente en el futbol mexicano propician lo mismo “accidentes” -por llamarlos de alguna manera- en que los equipos que terminan la fase clasificatoria como líderes de la tabla, a la hora de la verdad se quedan en la cuneta -esta vez el Santos Laguna, la anterior el León-, que “chicas” en que alguno de los “colados” a la llamada Fiesta Grande se lleva el título.El “colado”, esta vez, fue el Monterrey, clasificado en el octavo lugar en la última jornada… Sería impropio, empero, equiparar su historia con la de “El Patito Feo” del cuento: sus dirigentes invirtieron en serio, con la deliberada intención de disputar con los “Tigres” la hegemonía en el futbol mexicano en los últimos años. Los resultados, contra toda lógica aparente, fueron inciertos durante la mayor parte de la ruta… hasta que la reinstalación de Antonio Mohamed en el puente de mando permitió reencontrar la ruta y enmendar el rumbo.*Tampoco el América hizo honor a su prosapia. Terminó sexto en la tabla general. Si no “de panzazo”, ciertamente alcanzó la nota aprobatoria sin menciones honoríficas; sin medallas en la solapa.Antecedentes como las supuestas maldiciones alusivas al nuevo estadio de los rayados, donde el América nunca ha ganado y el Monterrey ha fracasado en todas sus intentonas de conseguir un título, se quedan, en efecto, en el terreno de las estadísticas… que están hechas, como las tradiciones, precisamente para romperse.Si América y Monterrey -o viceversa, que “tanto monta…”- fueron los mejores, dentro de las ya señaladas peculiaridades del sistema de competencia, sólo resta desear que en el inminente desenlace de la historia se cumpla la máxima suprema del deporte: “Que gane el mejor”.