Jorge Sampaoli y sus huestes, por un lado, y Paco Hierro y las suyas, por el otro, ya hicieron su parte: los deméritos necesarios para que en Argentina y en España haya desgarramientos colectivos de vestiduras al por mayor.Sus Selecciones nacionales llegaron al Mundial en curso en calidad de aspirantes —en diferente grado, por supuesto— a reverdecer los laureles que atesoran en sus vitrinas. Ambas salieron ya, siguiendo los pasos de Alemania, por la puerta de atrás: los argentinos convencidos de que “Después de Maradona (y no obstante Messi), el Diluvio…”; los españoles, seguros de que a la generación que alcanzó la gloria hace ocho años, en Sudáfrica, le llegó, fatalmente, a pesar de los sobrevivientes que hasta ayer aún aparecían en La Roja, la fecha de caducidad.Está visto —y vale para los dos campeones más recientes— que el tiempo no perdona…*Si las victorias de Francia sobre Argentina y de Uruguay sobre Portugal, el sábado, y la de Croacia sobre Dinamarca, ayer, se antojaban previsibles, en la medida en que la historia juega, de la que Rusia consiguió sobre España, también ayer, se desprende una esperanza para México…Por más que se apele a antecedentes como los triunfos mexicanos sobre Brasil en la Copa Confederaciones de 1999 y en los Juegos Olímpicos de 2012, hay que tener humildad, por una parte, y honestidad, por la otra, para aceptar que se trata, en ambos casos, de excepciones que confirman la regla. Ésta se condensa en una frase: Brasil es mejor… Lo ha sido, claramente, a lo largo de la historia. Lo confirma el cartel de figuras descollantes en varios de los mejores equipos del mundo que hay en el elenco que maneja Tite, como no los hay, en cambio, entre los obreros calificados en equipos europeos de menor nivel de que dispone Juan Carlos Osorio.*El caso es que si Rusia llegó a su partido contra España con los momios en contra —las casas de apuesta pagaban 7 a 1 por su improbable victoria— y encontró la fórmula para rebelarse a la condición de segura víctima a que la condenaban los entendidos, vale considerar que ni la historia ni la estadística inciden en el fiel de la balanza, porque no mueven el balón, y que un partido como el de hoy no se gana con nombres… sino con hombres.