Tiempos buenos para la muerte de grandes futbolistas: ahora que los estadios, vacíos, guardan silencio; ahora que todos los balones, inmóviles, bostezan en las utilerías de todos los equipos del mundo; ahora que la noticia de su muerte puede merecer reseñas emotivas, a falta de los temas ordinarios.Hace unos días mereció los espacios amplios que de ordinario acaparan las crónicas de los partidos, las declaraciones de los protagonistas y los interminables —y, al final, casi siempre estériles— debates de los “especialistas”, la muerte de Joaquín Peiró: desde la perspectiva mexicana, el culpable —con su gol casi de último minuto— de que al “Tri” se le negara, por primera vez en su historia, la posibilidad de avanzar a la segunda ronda de un Mundial, en el de Chile-62.Ahora esas reseñas se centran en Amadeo Carrizo…*El legendario portero argentino, calificado por la Federación Internacional de Historia y Estadística de la FIFA como el mejor guardameta sudamericano del Siglo XX —por encima de los celebérrimos y mil veces galardonados Fillol, Gylmar, Higuita, Mazurkiewicz, Domínguez, Gatti, Carbajal y demás—, estuvo fugazmente en México, para el I Pentagonal de fin de temporada, en 1958. El Mundial de Suecia estaba en puerta.Con el Botafogo carioca venían Garrincha y Didí, que serían luminarias del “Scratch” que se proclamaría campeón. Carrizo era, junto a Labruna, figura del River Plate, pero como su participación en el torneo fue menos que discreta (terminó en cuarto lugar, sólo arriba del Zacatepec, flamante campeón mexicano), su figura se vio eclipsada desde el primer momento. Además, el Guadalajara hizo suya la fiesta al vencer por 2-0 al Botafogo, 1-0 al River (gol de “Mellone” Gutiérrez) y 2-1 al Toluca (sólo perdió ante el Zacatepec, por 1-0).*Con la televisión en pañales en ese tiempo, los aficionados mexicanos sólo se enteraban de las hazañas de Carrizo a través de los periódicos.Antes de él, se decía que en un equipo de futbol había diez jugadores y un portero; después de él, que un equipo hay diez jugadores, uno de los cuales puede jugar la pelota con la mano. Sus salidas del área y sus despejes con el brazo marcaron un parteaguas en la forma de jugar de los porteros.Carrizo murió a los 93 años de edad, en Buenos Aires, el viernes: exactamente 30 años después que otro arquero de leyenda: el ruso Lev Yashín.