Desde la perspectiva romántica, fue frustrante que el mejor equipo durante la temporada regular, reconocido por la crítica y avalado por los números, tuviera que conformarse con el subcampeonato.Desde la perspectiva pragmática, los “Tigres” hicieron efectiva en la cancha una de las consejas de la canción que eventualmente -en todo su derecho, por lo demás- habrán cantado en el vestidor, mientras los héroes se bañaban con champaña: “Después me dijo un arriero / que no hay que llegar primero / sino hay que saber llegar”.El León hizo lo previsible: tomó la iniciativa; se adueñó de la pelota. Fue, en varios pasajes del partido, el equipo que mejor hizo las cosas: como en sus mejores partidos de la fase clasificatoria. Sin embargo, los “Tigres” aplicaron el antídoto adecuado para el veneno que previsiblemente tratarían de utilizar los verdes.Independientemente de las dos intervenciones de Nahuel Guzmán en el segundo tiempo, que le permitieron preservar indemne su marco, los reyneros entendieron que las circunstancias los llevarían a interpretar en la cancha uno de los sinónimos, futbolísticamente hablando, del verbo jugar: especular.Lo suyo, anoche, en efecto, fue especular de punta a punta, a partir del gol conseguido en el partido de ida: cerrar espacios; destruir; hacer del reloj un aliado, y convertirlo, por consiguiente, en un enemigo más del adversario.A medida que la ausencia de Macías, pivote de la ofensiva leonesa, se acentuaba por la lesión que se traduciría en la salida de Mena, daba la sensación, en efecto, de que el León había empezado el partido con diez, seguido con nueve… y terminado con ocho al salir expulsado Mosquera ya en tiempo de compensación.Con los “Tigres” agazapados, aplicados a la consigna de cerrar espacios y de lanzar ocasionalmente algún zarpazo que pudiera resultar mortal -el que Cota le tapó a Vargas fue el ejemplo más claro-, las posibilidades de que Montes o Sambueza hicieran el rol del genio de la lámpara maravillosa que con un chispazo de inspiración operara el portento que esperaban los seguidores -habituales u ocasionales- del León, declinaban a medida que caían los gránulos en el reloj de arena.Nada puede reprocharse a los “Tigres”. Si acaso, su tacañería… Algo que, después de todo, lo mismo si quiere verse como defecto que como virtud, siempre ha sido, allá en el Norte, la marca de la casa.