Apareció -escójase, al gusto, la analogía que se prefiera- el pelo en la sopa, la mosca en la leche o la piedra en los frijoles…Cincuenta años después, en plena conmemoración de la fiesta del deporte que fueron los Juegos de la XIX Olimpiada, celebrados en México, Javier Vargas -portero de aquella Selección de futbol que se armó con la deliberada intención de que ganara la medalla de oro, y al perder ante Bulgaria y Japón los juegos decisivos tuvo que resignarse a recoger “la medalla de los cojines”, como encabezó algún periódico de la época- abrió la boca para “revelar” un supuesto complot de los seleccionados mexicanos, “para dejarse ganar” aquellos partidos.*Puesto que Vargas, como futbolista y como persona, siempre fue un modelo de corrección, sorprende, primero, que haya participado activamente en una bajeza como la que ahora ha “revelado”; sorprende, segundo, que, habiendo guardado silencio al respecto durante medio siglo, hasta ahora difundiera algo de lo que nunca se había tenido ni la mínima noción ni la menor sospecha. Y sorprende, adicionalmente, que ninguna de las veintitantas personas que necesariamente intervinieron en el complot y participaron en el secreto, haya dicho, en tantos años, una sola palabra sobre el asunto.*Si la decisión de perder intencionalmente esos partidos obedeció, como ha dicho Javier, a los adeudos que los dirigentes tenían con los jugadores, se antoja aberrante el recurso que éstos emplearon para, supuestamente, defender sus derechos. Los jugadores pudieron haber hecho declaraciones; si temían represalias, pudieron haber hecho revelaciones a la prensa, solicitando a los reporteros el anonimato… Pudieron haber difundido la información sobre los supuestos adeudos antes o después de los partidos de referencia.No hay motivos para dudar del profesionalismo, la honradez y el compromiso personal de todos los jugadores que participaron en aquella aventura, de honrar la calidad de favoritos que se les otorgó para ganar la medalla de oro… aunque fracasaran en la empresa. Y, adicionalmente, no los hay para admitir que Nacho Trelles -a la sazón entrenador nacional- hubiera podido ser tan pusilánime, en su calidad de jefe del grupo, para permitir, consentir, secundar y convertirse en copartícipe -o en cómplice por encubrimiento, al menos- de una indignidad de ese calibre.*En todo caso, considerando que “Mientras más inverosímil es una calumnia, mejor la recuerdan los imbéciles” (Delavigne dixit), el mal ya está hecho.