Como dijo el pariente cuando en el cine se apagó en la luz y apareció en la pantalla el león de la Metro: -Ya la vimos...-II-Que las unidades del Peribús, el domingo y ayer lunes, en los primeros recorridos ya con pasaje, pasaran repletas, era previsible.“Es la novedad”, explican las autoridades; “es porque es gratis”, añaden...Sin embargo, también es previsible que la historia se repita hoy. Y que lo mismo suceda los siguientes días... Y que la saturación de las unidades sea la regla. Y que los usuarios tengan que habituarse, tanto en sus evidentes bondades como en sus notorias imperfecciones, a la “nueva normalidad” de la flamante modalidad del transporte público en la Zona Metropolitana de Guadalajara.El metro de la Ciudad de México o el de Monterrey, al igual que los sistemas dizque “de Primer Mundo” que se han implementado en otras ciudades mexicanas, constituyen avances significativos en materia de movilidad. Sin embargo, ninguno llega -o se aproxima al menos- a la perfección. Sus beneficios se aprecian, sobre todo..., cuando fallan: cuando algún accidente, contingencia o imponderable obligan a suspender el servicio.Con ellos en funcionamiento normal, las cosas fluctúan entre lo aceptable y lo bueno a secas. Cuando el servicio se interrumpe, sobreviene el caos... La excelencia, en esa materia, es inalcanzable: como todos los ideales. Cuando no es la errática frecuencia de paso el motivo para la queja de los potenciales pasajeros, lo es la incomodidad de viajar “como sardinas”, o que cuando las unidades llegan a las terminales, es imposible abordarlas porque ya vienen saturadas.La aspiración de los ciudadanos y las promesas de las autoridades, en todos los casos, se orientan hacia sistemas dignos y eficientes. Dignos por la comodidad y seguridad de las unidades; eficientes, porque la frecuencia de paso corresponda a las necesidades de los usuarios.-III-Obvia decir que si los sistemas de transporte colectivo que tanto en la Ciudad de México como en Monterrey, León, Guadalajara, Puebla y demás ciudades de México y América Latina (Sao Paulo, Santiago, Curitiba, etc.) se han implementado, tuvieran la dignidad y eficiencia prometidas, la consecuencia lógica habría sido el abandono gradual del transporte individual. Por contrapartida, si los habituales usuarios de camiones, trenes y demás tienen entre sus principales aspiraciones existenciales la de comprar “un carrito”, es porque, en materia de transporte público -¡como en tantas otras...!-, “del dicho al hecho hay un largo trecho”.