Aunque cabe el temor de que la suya sea reedición de la consabida “Vox clamantis in deserto” (voz que clama en el desierto), se diría que la recomendación del cardenal arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega, en el sentido de que las próximas campañas electorales sean, por sobre todas las cosas, austeras, es irreprochable; que interpreta fielmente el sentir de los ciudadanos; que si éstos, según las encuestas, comparten un sentimiento de frustración y desencanto por la democracia “a la mexicana”, lo hacen porque están convencidos de que el costo del juguete es desproporcionadamente mayor a la utilidad que les reporta.-II-Monseñor Robles Ortega fundamenta su declaración en que la austeridad –que implica sobriedad y moderación llevadas al extremo— debería ser una exigencia derivada de “la realidad económica que vive el país”. Más que a la situación de pobreza en que –a contrapelo del tono triunfalista del discurso oficial y de sus programas asistencialistas— sigue viviendo un porcentaje significativo de los mexicanos, el prelado aludía a las circunstancias agravantes derivadas de los sismos que afectaron severamente a varias entidades del país el pasado mes de septiembre. Si se estima que reconstruir, en la medida de lo posible, lo que destruyeron los temblores, exigirá una inversión extraordinaria de más de 30 mil millones de pesos, se infiere que uno de los rubros en que se deberían aplicar recortes sustanciales es, precisamente, el de las campañas electorales, demostrado como está que si algo las caracteriza es, justamente, el derroche.-III-Las propuestas de algunos partidos políticos –el PRI, específicamente— y de varios servidores públicos, de recortar drásticamente y aun erradicar las participaciones del Presupuesto que se otorgan a los partidos, y de eliminar –o reducir, al menos— el número de diputados “plurinominales”, generó una polémica acerca del riesgo de que las campañas se contaminen con “dinero sucio”; del narcotráfico, concretamente…Puesto que ni hay manera de asegurarse de que sea “limpio” todo el dinero que se inyecta a las campañas ni de evitar que se filtre el sucio –véanse, ahora mismo, las sospechas de que las millonarias “mordidas” de Odebrecht incidieron en las campañas federales de hace cinco años—, el ciudadano de a pie deplora que al dinero de los impuestos, que sale de su bolsillo, se dé un uso tan deplorable y tan inútil como el que los partidos políticos, so pretexto de las campañas, dilapidan en ruido y basura.