“El supremo Gobierno, que no se equivoca nunca” -Pito Pérez dixit- ya decidió que el entuerto no se enmendará. La escultura de Fray Antonio Alcalde recientemente instalada en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, autografiteada por su propio autor, así se quedará. Donde algunos críticos vieron una profanación a la memoria, una falta de respeto a la figura de uno de los más preclaros benefactores de Guadalajara, una falta de profesionalismo del escultor al desvirtuar la intención de quienes le encomendaron la elaboración de la estatua, y, en fin, un abuso de la libertad de expresión, tanto el presidente municipal de Guadalajara como el gobernador de Jalisco prefirieron ver, por el contrario, un ejercicio legítimo de esa libertad, aplicado a una causa justa como es el clamor ciudadano porque se resuelvan las miles de denuncias presentadas por la desaparición de personas, y decidieron que “’ai muere”…-II-Se incrementa, pues, el catálogo de atrocidades perpetradas en el espacio en que originalmente se pretendía honrar la memoria de los hijos esclarecidos de Jalisco: un espacio en que aplicó, durante muchos años, la ley suprema del Club de Tobi: “No se admiten mujeres”. Un espacio en el que sigue vigente el principio de que “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Un espacio en que resplandecen, igualmente ominosas, ausencias como la de Juan Rulfo -el más prestigioso escritor jalisciense de todos los tiempos- y presencias de personajillos que ni en lo intelectual ni en lo moral dan la talla para que se les califique como ilustres, insignes, egregios o eminentes… Al margen de la habilidad, la imaginación o la verborrea que seguramente tuvieron sus padrinos para convencer a los diputados de elevar a sus “ahijados” a la categoría de “esclarecidos”, hay inquilinos que no pasan de desconocidos y vulgares: sin méritos para la fama y el reconocimiento de las postreras generaciones. Los hay que se quedan en el rango de impresentables, advenedizos y oportunistas.-III-Que ahora, porque algunos gobernantes, tibios y pusilánimes, prefirieron ver un ejercicio legítimo de la libertad de expresión donde hubo libertinaje (alguien dijo que “Las palabras más utilizadas en la demagogia política son libertad, democracia, justicia, igualdad y paz”), la estatua del más preclaro de los jaliscienses -por adopción- haya sido profanada, convertida en panfleto por su propio autor, pasa a ser, después de todo, “una mancha más al tigre”: la enésima, para ser exactos…