En eso degeneró, finalmente, el tema de la Reforma Eléctrica planteada por el Presidente López Obrador, acaloradamente debatida durante varias semanas en los mentideros políticos y en los medios, y sometida ayer, finalmente, a votación en la Cámara de Diputados: en una olla de grillos; en una controversia en que se pronosticaba que la victoria no necesariamente sería de quienes plantearan las propuestas más pertinentes para la salud económica del país y sus habitantes, sino del grupo que gritara con más fuerza y ofendiera con más virulencia a los de enfrente.-II-Como cuando el tema de la ubicación más pertinente del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México se sometió a una supuesta “consulta popular” (las opciones eran continuar el de Texcoco, ya en construcción, o reformar el militar de Santa Lucía), o cuando igualmente se sometió a plebiscito si algunos ex presidentes de la República aún vivos deberían ser encarcelados, considerando que ni los diputados ni mucho menos el común de los ciudadanos dominan muchas de las materias con respecto a las cuales, sin embargo, deben tomar decisiones trascendentales para todos los mexicanos, se supone que los legisladores debieron asesorarse por expertos. De hecho, disponen de una partida presupuestal para ese efecto.Eso, en teoría. En la práctica, más allá de la anécdota de que muchos legisladores habilitaron sus oficinas como dormitorios desde media semana para evitar que sus “honorables” adversarios les impidieran participar en la sesión plenaria, el debate se centró más en planteamientos ideológicos que en argumentos científicos. Para “los técnicos” -en el léxico de la lucha libre-, sus opositores son “retrógrados”; para “los rudos”, quienes se resistan a convalidar la proyectada reforma, son “traidores a la patria”.Ni unos ni otros supieron entender, por lo visto, que nadie tiene el monopolio de la verdad en ningún asunto..., ni, en consecuencia, que todas las opiniones, por contradictorias que puedan ser, mientras sean honestas, son respetables.-III-Para el ciudadano común, interesado en que se tomen las mejores decisiones sobre los destinos nacionales, lo más triste de la historia es, por una parte, no tener bases para suponer que la resolución a la que finalmente se llegue o haya llegado al cabo de la tormentosa, maratónica jornada “parlamentaria”, haya sido, en efecto, la mejor “para el bien de la nación y sus habitantes”; por la otra, que sus supuestos representantes, más que honrarlo, con demasiada frecuencia lo avergüenzan y defraudan.